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¡NÚMERO ESPECIAL!
Este es un número especial, ampliado con el propósito de dar una visión general de la vida espiritual. A veces nos es provechoso revisar con brevedad los elementos variados que constituyen la vida espiritual. Esperamos que este ejemplar especial sea útil para un ejercicio de este estilo, y que hable tanto a nuestro corazón como a nuestra mente.
ESTAMOS AMPLIANDO NUESTRO CIRCULO DE LECTORES
Con el presente número estamos ampliando nuestro movimiento invitando explícitamente a nuestro círculo de lectores a todos esos que no son sacerdotes, pero que están interesados en la vida espiritual.
Esta carta seguirá siendo escrita de una manera especial para sacerdotes. Pero aun así una gran parte del material también será del interés para aquellos que no son sacerdotes.
Dado que estamos extendiendo nuestro círculo de lectores y para incluir a todas las partes interesadas, creemos que es apropiado ofrecer un nuevo acto de consagración que no sea dirigido sólo a sacerdotes sino a todos los lectores.
El Pastor Principal del Rebaño
"Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas. El asalariado, las agarra y las dispersa, porque sólo es un asalariado y no le importan las ovejas. Yo soy el buen Pastor: conozco las mías y las mías me conocen a mí. Así como me conoce el Padre, también yo conozco al Padre, y yo doy mi vida por mis ovejas." (Jn 10:11-15)1.
El Buen Pastor entregó su vida para que nosotros tengamos vida y la tengamos en abundancia. En este número ofrecemos una visión general de la vida que Jesús vino a entregar. Primero comenzamos presentando un breve esbozo de la vida espiritual. Seguirán contenidos que hablan de manera más detallada de las diferentes dimensiones de la vida espiritual – nuestra vida en Cristo.
Un Esbozo de la Vida Espiritual
La vida cristiana está enraizada en el gran acontecimiento de la Encarnación. Consiguiente-mente tenemos que fijar siempre nuestra mirada en Cristo, dándonos cuenta que el Padre nos ha hablado a través de la vida, muerte, resurrección y ascensión de Jesús. Nos corresponde a nosotros, pues, esforzarnos por entender cada vez con más claridad la verdad inagotable del Verbo Encarnado (Heb. 1,1-2).
¿Cuál era la situación de la raza humana en el tiempo de la venida de Cristo? En cierto sentido, la gente era más o menos como somos hoy. Eran esos seres nacidos en el drama humano de este mundo. Había quienes, en la muerte, lo dejaban habiendo entendido muy poco el significado de la vida. Estaban los que se encontraban fuertes y llenos de salud. Estaban los enfermos y los flágidos. Algunos de manera especial sufrían las cargas, las penas, los sufrimientos de la condición humana. Otros eran entusiastas y deseaban todos los placeres que la vida pudiera proporcionar.
Se llevaron a cabo metas importantes. Sin embargo, la inmoralidad era desenfrenada. Lo que San Pablo nos dice del tiempo que inmediatamente siguió a la existencia de Cristo ciertamente podía también ser dicho del tiempo de su llegada al mundo. En breve, San Pablo nos presenta un horrible retrato (Rom 1, 22-32).
Jesús llega en esta situación tan depravada de la historia, con un corazón rebosante de generosidad, a conducir a la humanidad desde las profundidades del pecado a una vida nueva llena de luz en El. Haciéndose uno de nosotros, este Cristo se convierte en el punto central de toda la historia. Las esperanzas y los sueños más auténticos de la familia humana, ahora tan ensombrecidos por la fealdad del pecado, se elevan hacia este Cristo. El los reunirá en sí mismo, dándoles un lustre y un brillo y un dinamismo nuevos, y conducirá a la familia humana de vuelta al Padre en el Espíritu Santo.
Cristo quería liberarnos radicalmente del dominio del pecado y elevarnos a un nivel nuevo de existencia. Aunque la naturaleza y la gracia son distintas, no existen una al lado de la otra como entidades separadas. Más bien, la gracia impregna la naturaleza. El cristiano es una persona agraciada. El cristiano es una persona que ha sido levantada, puesta en una forma de vida más intensa en Cristo Jesús. Nada que sea auténticamente humano en la vida del cristiano ha sido excluído de esta existencia nueva. Todo lo que es realmente humano en la vida del cristiano está llamado a ser una expresión del Cristo-vida. Las sencillas pero profundas alegrías de la vida familiar, el asombro ante la belleza de la naturaleza, el cálido abrazo de una madre a su niño, la agonía ante una decisión crucial a tomar, el éxito o la fustración que se experimenta en el trabajo personal, la alegría de ser bien recibido por los demás, y el sentimiento de ser mal interpretado - todas estas experiencias tienen el propósito de conectarnos a Cristo y hacernos más profundamente humanos gracias a El.
Jesús no ha venido, pues, a destruir nada que sea auténticamente humano, sino a perfeccionarlo y conducirlo a una plenitud de gracia. Cuanto más semejantes seamos a Dios a través de Cristo, más humanos nos hacemos.
A través de nuestra incorporación a Cristo por medio del Bautismo, vamos a revivir la vida, la muerte, y la resurrección de Jesús. De esa manera, no sólo estamos llevando a cabo nuestra propia salvación, sino que asistimos también a la salvación de los demás. La Encarnación continúa a través de nuestros días. Es Cristo, por supuesto, quien continúa la Encarnación. Pero obtiene también nuestra ayuda. El mundo ya no ve a Jesús, ya no es capaz de extender la mano y tocarlo.
Ahora somos nosotros quienes, de alguna manera, hacemos a Cristo visible y tangible. En unión con el Cristo invisible, glorificado, y dependiendo de El como nuestra fuente de vida, somos nosotros los que continuamos la Encarnación en su dimensión temporal y visible. Es para nosotros un privilegio extraordinario. Y es también una enorme responsabilidad.
El cristiano se inicia en el misterio de Cristo, en su rol de prolongar la Encarnación, a través del Bautismo (Rom 6,3-4).
Pero no es suficiente, sin embargo, que seamos incorporados a Cristo por el Bautismo. Toda forma de vida requiere un sustento. Así, también, nuestra vida en Cristo tiene que estar continuamente alimentada. ¿Cómo podemos estar en continuo contacto con Cristo? Por las diversas formas con que incorporamos nuestra vida en la Iglesia. La forma más especial de estar en contacto con Cristo es a través de la liturgia, sobre todo en la liturgia de la Eucaristía.
A través de nuestro encuentro más especial y personal con Jesús en la Misa nos incorporamos más profundamente a Cristo. Así mismo, debiéramos recordar que todos los sacramentos forman parte de la liturgia de la Iglesia.
La lectura de las Escrituras proporciona otra oportunidad especial de encuentro con Jesús. Esto es cierto tanto referido al Antiguo Testamento como referido al Nuevo Testamento. El Antiguo Testamento anuncia el Nuevo Testamento y nos guía hacia él. Es obvio, sin embargo, que encontramos a Cristo de manera muy especial en las páginas del Nuevo Testamento. Es realmente cierto decir que el que no se familiariza con las Escrituras no conoce adecuadamente a Jesús. Debiéramos, pues, tomar la decisión de leer a diario un fragmento de la Sagrada Escritura.
También encontramos a Cristo en nuestra relación con los demás. En cada persona que encontramos, en cada persona que servimos, está la imagen de Jesús. Tenemos que llegar a despertar cada vez más en este modo de consciencia. Si creo con firmeza que cada uno ha sido redimido por la sangre de Jesús, ¿cómo debiera yo tratar a los demás?
Estos son, pues, algunos de los modos de como conservarse en contacto con Jesús. Un rasgo común de las diversas formas de encontrarse con Jesús es el logro de un cierto nivel de oración reflexiva. Nuestro contacto con Jesús en la liturgia, en la Escritura, y en nuestro trato con los demás, así como todo otro tipo de contacto, no llegará a ser lo que debiera a no ser que seamos personas de oración. La luz y la fuerza de la oración nos capacitan para que nos mantegamos en contacto con Jesús tal como debiéramos.
Concluímos nuestra vida en Cristo en una atmósfera de amor. De hecho, la vida que Jesús nos ha dado está centrada en el amor. Tiene su origen en el amor misterioso de Dios (Jn. 3, 16)
Nuestra vida nueva en Jesús ha surgido del desmesurado amor de Dios. Cristo, al descender y hacerse uno de nuestra carne, ha establecido un entorno de amor. Vino a darnos una vida que sólo puede florecer en el marco del amor. En realidad, podemos resumir el significado de la vida cristiana afirmando que es nuestra amorosa respuesta al amor de Dios. El Corazón atravesado de Jesús, este corazón que derramó hasta la última gota de su sangre, mostró así el más grande amor por cada uno de nosotros y es el símbolo del inmenso amor que Dios nos tiene a todos.
El Corazón de Cristo nos invita también a responder a este amor dándonos a nosotros mismos en amor a Dios y al prójimo. Sí, Jesús nos invita a responder al amor de Dios dándonos en amor a El de la manera más total. Cuanto más íntimamente unidos estamos a Jesús, más íntimamente nos une al Padre en el Espíritu Santo, con María nuestra Madre a nuestro lado.
La vida espiritual, la vida de santidad, comienza en el Bautismo. El Arzobispo Luis Martínez dice:
"Al nacer Dios nos ha dotado con todo lo que necesitamos para nuestra vida humana, un cuerpo completo y un alma con toda su gama de facultades. Claro que no todas están desarrolladas desde el nacimiento, pero las tenemos, ya, como la fuente de todo lo que vamos a necesitar en vida. Y lo mismo sucede en el orden espiritual. Cuando alguien es bautizado, recibe en toda su plenitud ese mundo sobrenatural que el cristiano lleva dentro de su alma. Recibe la gracia, que es una participación de la naturaleza de Dios; las virtudes teologales, que le ponen en contacto directo con lo divino; las virtudes morales que le ayudan a controlar y ordenar toda su vida; y los dones del Espíritu Santo, los receptores misteriosos y divinos para captar las inspiraciones del Espíritu y sus movimientos."2
Otro autor afirma: Las Tres Personas Divinas habitan en el santuario de nuestra alma, deleitándose en enriquecerla con dones sobrenaturales y en comunicarnos la misma vida de Dios, la llamada vida de la gracia.
"Toda vida, sin embargo, supone una triple dimensión: Un principio vital que es, por así decir, la fuente de vida él mismo; las facultades que dan el poder de provocar actos llenos de vida; y finalmente, las acciones mismas que no están sino en desarrollo y que atienden a su crecimiento. En el orden sobrenatural, el Dios que vive en nosotros presenta los mismos elementos. Primero nos comunica la gracia habitual (la vida de la gracia santificante) que desempeña la parte de un principio sobrenatural lleno de vida. Diviniza, como si tal fuera, la verdadera esencia del alma y la hace capaz, aunque de forma remota, de disfrutar la Visión Beatífica y llevar a cabo los actos que conducen a ella.
"Además de este surtidor de gracia están las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo que perfeccionan nuestras facultades y están dotados de poder inmediato para llevar a cabo a semejanza de Dios, actos sobrenaturales y actos meritorios.
"En orden a poner estas facultades en acción, nos da las gracias actuales que iluminan nuestra mente, fortalecen nuestra voluntad, y nos ayudan tanto a actuar sobrenaturalmente como a aumentar la gracia actual que se nos ha concedido.
"Aunque esta vida de la gracia es totalmente distinta de nuestra vida natural, no es algo meramente añadido a esta última. La penetra más y más, la transforma y la hace divina. Asimila cuanto es bueno en nuestra naturaleza, en nuestra educación y en nuestros hábitos. Perfecciona y sobrenaturaliza todos estos distintos elementos, dirigiéndolos a su fin último, que es la posesión de Dios a través de la Visión Beatífica y la vida que de ella resulta."3
Nuestra existencia en el estado de gracia santificante y la morada íntima especial de las Personas de la Trinidad siempre existen juntas. No podemos tener la una sin la otra. Nuestra vida de gracia, que es un compartir en la vida Trinitaria, nos permite conocer y amar al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo de la manera más íntima. A través de la gracia existimos a imagen de la Trinidad, y disfrutamos de una relación de amistad especial con las Personas Divinas.
De nuevo, escuchamos las palabras del Arzobispo Martínez cuando habla de nuestras relaciones con las Personas Divinas:
"El amor, hemos dicho, es el fundamento de la devoción al Espíritu Santo, e igualmente es el fundamento de la perfección cristiana también. Pero el amor como reflejo de Dios, como su propia imagen, es algo que encierra en su simplicidad una ilimitada riqueza y variedad de formas. ¿Quién puede sondear las profundidades del amor?
"El amor humano en todas sus manifestaciones está en admirable armonía con el amor de caridad; se siente seguro en el amor filial, confiado en la amistad, dulce y fértil en el amor de marido y esposa, desinteresado y tierno en el amor de una madre. Nuestro amor a Dios debe incluir todas estas formas de amor humano; cada fibra de nuestro corazón debe vibrar cuando el cántico armonioso y lleno de amor brota de su interior. Pero ya que Dios es uno en el ser y trino en las Personas, nuestro amor por Él asume un aspecto particular de acuerdo a como él se dirige a cada una de las Personas divinas.
"Nuestro amor por el Padre es tierno y seguro como el de los niños; dispuesto a glorificarlo como su Hijo unigénito nos enseñó a hacer de palabra y ejemplo. El amor por el Padre es el deseo intenso de tener su voluntad cumplida lo mismo en la tierra que en el cielo. Nuestro amor por el Hijo, que quiso hacerse carne por nosotros, se caracteriza por la tendencia a la unión con Él y transformación en Él; por la imitación de su ejemplo, por la participación en su vida, y por el compartir de sus sufrimientos y su Cruz. La Eucaristía, misterio de amor, de dolor, y de unión, revela las características de este amor.
"El amor por el Espíritu Santo también tiene su carácter especial que nosotros debemos estudiar en orden a entender plenamente la devoción que se le profesa. Hemos explicado cómo el Espíritu Santo nos ama, cómo Él nos mueve como un aliento divino que nos lleva al seno de Dios, como un fuego sagrado que nos transforma en fuego, como un artista divino que forma a Jesús en nosotros. Ciertamente, pues, nuestro amor por el Espíritu Santo debería ser marcado por una docilidad amorosa, por un sometimiento total, y por una fidelidad constante que nos permite ser movidos, dirigidos, y transformados por su acción santificadora.
"Nuestro amor por el Padre tiende a glorificarlo; nuestro amor por el Hijo, a transformarnos en Él; nuestro amor por el Espíritu Santo, a permitirnos ser poseídos y movidos por Él."4
La vida espiritual se centra en Cristo. Aquí están unas palabras de las Catequesis de Jerusalén: "Cuando nosotros nos bautizamos en Cristo y nos vestimos de él, nos transformamos a semejanza del Hijo de Dios. Habiéndonos destinado a ser sus hijos adoptivos, Dios nos dio una semejanza a Cristo en su gloria, y al vivir en comunión con Cristo, el ungido de Dios, nosotros mismos somos justamente llamados ‘los ungidos’. " 5
Monseñor Robert Guste dice: "Los ideales católicos que nos presenta la Iglesia son los santos. ¿Qué resalta al leer sus vidas? Uno tras otro, eran hombres y mujeres que tenían una relación de amistad personal, profunda, con Nuestro Señor Jesucristo. Sus corazones ardían en fuego de amor por Él..." 6
Cuando nos bautizamos somos incorporados en el misterio pascual de la muerte y resurrección de Cristo. San Pablo habla de esta unión maravillosa con Jesús: Como ustedes saben, todos nosotros, hemos sido sumergidos en su muerte. Por este bautismo en su muerte fuimos sepultados con Cristo, y así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la Gloria del Padre, así también nosotros empezamos una vida nueva. (Rm 6,3-4)
Cristo ha estructurado la vida cristiana de la forma que Él vivió, murió, y resucitó de la muerte. Es obvio, entonces, como Pablo nos dice arriba, que este modelo de muerte-resurrección debe estar en el corazón de la vida de la Iglesia. Individual y colectivamente, nosotros estamos muriendo continuamente con Cristo para que podamos también resucitar continuamente con Él. Así pasamos por un proceso de transición religiosa continua a una participación mayor en la resurrección de Cristo. Es verdad que nuestra participación en la resurrección de Cristo sólo alcanzará su realización plena en la eternidad. No obstante, nosotros empezamos la vida de resurrección aquí en la tierra, en el aquí y ahora de la vida humana, en medio de la alegría y del dolor; en la experiencia de éxito y de fracaso, en el sudor de nuestra frente, en el disfrute de los regalos de Dios. Como cristianos, deberíamos tener un sentido de crecimiento dinámico que involucre nuestro aquí y ahora de la vida de resurrección.
No podemos mantener la vida de resurrección o crecer en ella sin estar dispuestos a sufrir. Esto no significa que necesitemos sentirnos agobiados y pesadamente cargados en nuestras vidas. La porción mayor de sufrimiento para la mayoría de los cristianos parece ser una acumulación de las penalidades, dificultades, y dolores ordinarios. A veces, sin embargo, el sufrimiento profundo, incluso el sufrimiento de proporciones agónicas, puede entrar en la vida de uno. Ya sean los sufrimientos que uno encuentra de la variedad más ordinaria o del tipo más raro y extremo, los cristianos deben convencerse que relacionarse adecuadamente con la cruz es crecer en resurrección, y el crecimiento en resurrección significa que también tendremos una creciente capacidad de ayudar a dar la resurrección a otros.
La Iglesia nos invita a compartir en profundidad en la pasión de Cristo, en la cruz de Cristo. Lo hace así para que podamos participar en la vida de su resurrección – ahora y en el futuro. Nuestra última meta aquí abajo no es la cruz, sino la resurrección – la novedad a la que la cruz nos guía- aquí abajo lo mismo que en la eternidad.
Queremos compartir en todos los misterios de Cristo aquí abajo –pretendemos revivirlos en nuestras propias vidas. Y todos estos misterios son dirigidos al misterio cumbre de Jesús, su resurrección: "Así como la Iglesia se está siempre rehaciendo, en todas las edades, la historia de la vida de su Esposa Divina –sufriendo en el Cuerpo Místico lo que él sufrió en su Cuerpo Natural, así tiene que ser también, en alguna medida, para cada persona cristiana que vive en unión real con Cristo. Así fue como los santos entendieron la vida del divino maestro. Ellos no sólo la contemplaban, la vivían. Esta era la fuente de la inmensa atracción que fueron capaces de experimentar por El en sus diferentes circunstancias. Sentían en cierta medida lo que El sentía, y lo que es cierto de la vida de Nuestro Señor considerada como un todo tiene que ser cierto en una manera perfecta e ilimitada de lo que era el misterio supremo y cumbre en esta vida –a saber, la Resurrección. Esto tiene que ser, no meramente un hecho en la vida cristiana, sino una fase de la vida cristiana… Nosotros no percibimos eso fácilmente, y en el plan de Dios, no sólo la cruz, sino la vida resucitada que la siguió, está llamada a ser parte de nuestra existencia terrena. Cristo no pasó directamente de la cruz al cielo. El cristiano no está llamado a hacer así tampoco. En el caso de Jesús la cruz precedió, preparó y anunció una vida resucitada en la tierra. En el caso del cristiano la cruz está llamada a jugar un papel algo parecido – esto es, ser el preludio de una vida resucitada, incluso aquí abajo.
"La cruz no puede ser completamente entendida a no ser que sea vista a la plena luz de la resurrección. Es el último, no el primero, el que es el misterio supremo para nosotros…La cruz es un instrumento, no un fin; encuentra su explicación sólo en la tumba vacía; es una entrada a la vida, no una manera de muerte. Toda muerte que entra en el plan de Dios tiene que generar necesariamente en vida. Si El nos insiste en la necesidad de morir es para que podamos vivir… Para que podamos vivir como debiéramos, nuestra naturaleza rebelde tiene que ser crucificada. La crucifixión siempre permanece como la única manera de salvación.
"Dios nos manda pruebas y cruces simplemente para amortiguar en nosotros la actividad de las fuerzas que se dirigen al deterioro de la vida espiritual, para que esa vida espiritual pueda desarrollarse y expandirse sin impedimento. Si la vida de la naturaleza pervertida disminuye en nosotros el deseo de unir nuestra cruz con la de Cristo, la vida divina que Dios ha colocado en todos los que ha llamado comienza a hacerse más manifiesta y a extender su creciente vigor y vitalidad… Es a esa resurrección, esa vida en muerte, que Dios dirige todas las circunstancias de nuestra vida – es el objetivo que El se propone en su trato con nosotros." 7
En las palabras que acabamos de mencionar del Padre Edward Leen, C.S.Sp., nos habla de un episodio especial de nuestra participación en la Resurrección de Jesús. Habla de nuestro Cristo-vida, nuestra vida de la gracia, en el estado altamente desarrollado. Todos debiéramos afanarnos por conseguir este estado. Tenemos que darnos cuenta, sin embargo, que todos los que viven en estado de gracia, están, de una manera clave, viviendo la vida de la resurrección. Están vivos en Cristo Jesús.
Las palabras que siguen de San Juan Eudes nos recuerdan la meta gloriosa a la que el cristiano está llamado: a la unión más íntima con Jesús.
"Les pido que consideren que nuestro Señor Jesucristo es su verdadera cabeza y que ustedes son un miembro de su cuerpo. Él pertenece a usted como la cabeza pertenece al cuerpo. Todo lo que es suyo es de ustedes: respiración, corazón, cuerpo, alma y todas sus facultades. Todas éstas debe usarlas usted como si le pertenecieran a usted, de tal modo que sirviéndole usted pueda darle alabanza, amor y gloria. Usted pertenece a él como un miembro pertenece a la cabeza. Esto es por lo que él desea sinceramente, servir y glorificar al Padre usando todas sus facultades como si ellas fueran suyas.
"Él pertenece a usted, pero más que eso, él anhela estar en usted, viviendo y gobernando en usted, como la cabeza vive y gobierna en el cuerpo. Él desea que cuanto está en él pueda vivir y gobernar en usted: su respiración en su respiración, su corazón en su corazón, todas las facultades de su alma en las facultades de su alma...
"Usted pertenece al Hijo de Dios, pero más que eso, usted debiera estar en conexión con él como los miembros están con la cabeza. Todo lo que existe en usted debe incorporarse en él. Usted debe recibir la vida de él y ser gobernado por él. No habrá ninguna verdadera vida para usted excepto en él, porque él es la única fuente de verdadera vida. Aparte de él usted encontrará sólo muerte y destrucción. Permítale ser la única fuente de sus movimientos, de las acciones y la fuerza de su vida.
"Finalmente, usted es uno con Jesús como el cuerpo es uno con la cabeza. Usted debe, pues, tener un mismo respirar con él, una sola alma, una sola vida, un solo querer, una sola mente, un solo corazón. Y él debe ser su respiración, su corazón, su amor, su vida, su todo. Estos dones tan inmensos que existen en el seguidor de Cristo tienen su origen en el bautismo. Se aumentaron y se fortalecieron a través de la confirmación y haciendo buen uso de las demás gracias que nos son dadas por Dios. A través de la sagrada eucaristía estos dones llegan a la perfección." 8
San Ignacio de Antioquía se consumía íntimamente en amor por Jesús: "Por fin estoy en el correcto camino para ser un discípulo. ¡Que nada, visto o inadvertido, me fascine, para que yo pueda alegremente hacer mi camino hacia Jesucristo! Fuego, cruces, luchas con las bestias salvajes, huesos quebrados, miembros machacados, todo el cuerpo aplastado, torturas crueles causadas por el maligno – permítanme sobre ponerme, con tal de que sólo haga mi camino hacia Jesucristo" 9
El Cardenal Newman nos dice: "Todo ser que vive, alto o bajo, educado e ignorante, joven y viejo, hombre y mujer, tiene una misión, tiene un trabajo. No hemos nacido por casualidad… Dios nos contempla a cada uno; crea a cada alma, la planta en un cuerpo, una por una, con una finalidad. Necesita, se rebaja hasta necesitar, a cada uno de nosotros."10
Dada la singularidad de la existencia de cada cristiano, él o ella se ofrece a Cristo con una oportunidad singular. Cada cristiano lleva consigo la vocación de ofrecerle a Cristo su humanidad para que Cristo pueda vivir en cada uno de la forma más especial. Este Jesús es Sacerdote, Profeta y Rey. En la manera que el cristiano individual ofrezca su humanidad a Cristo, esa persona tiene una oportunidad única de ayudar a que continúe el trabajo de la redención -una oportunidad que nadie más puede llevar a cabo. Del mismo modo, en la manera que un individuo se descuida en ofrecer su humanidad a Cristo, Jesús pierde la oportunidad de continuar su trabajo redentor de acuerdo a la singularidad de la persona.
Acerca del papel profético o instructor de Cristo, cada uno de nosotros tiene en la vida – la oportunidad presente de dar testimonio de la verdad de Cristo tal como nosotros la vivimos. La Madre Teresa da un ejemplo bien llamativo de esto. Ella dice: "Yo recibí una carta de un hombre brasileño adinerado. Él me aseguró que él había perdido su fe – no sólo su fe en Dios sino su fe en la humanidad también. Él estaba harto con su situación y con todo lo que le rodeaba. Sólo pensaba en el suicidio.
"Un día, caminando por una ajetreada calle del centro de la ciudad, contempló un televisor en el escaparate de una tienda. El programa era sobre nuestra Casa para los Moribundos en Calcuta, y mostraba a nuestras Hermanas ocupándose de los enfermos y moribundos.
"El hombre confesó que cuando él vio eso, sintió el impulso de arrodillarse y orar, después de muchos años sin arrodillarse y sin orar.
"Desde ese día, recuperó su fe en Dios y en la humanidad, y se convenció que Dios todavía lo ama." 11
San Pablo, uno de los que amó a Jesús tan profundamente, nos ha dejado estas palabras: Con todo, llevamos este tesoro en vasos de barro, para que esta fuerza soberana se vea como obra de Dios y no nuestra. Nos sobrevienen pruebas de todas clases, pero no nos desanimamos; estamos entre problemas, pero no desesperados; somos perseguidos, pero no eliminados; derribados, pero no fuera de combate. Por todas partes llevamos en nuestra persona la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra persona. Pues a los que estamos vivos nos corresponde ser entregados a la muerte a cada momento por causa de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestra existencia mortal. (2 Cor 4,7-11)
Aquí están unas palabras de San Claude de la Columbière, uno de los más fervientes apóstoles de la devoción al Corazón de Jesús. Hablando con Jesús, Claude dice:
Tú compartistes mis cargas,
Las tomas sobre tí.
Me escuchas con cariño
cuando te cuento mis problemas.
Nunca dejas de iluminrlos.
Te encuentro en todo tiempo
y en todo lugar.
Nunca me dejas solo.
Te encontraré siempre donde quiera que vaya.
No me abandonarás ni en la vejez ni en la adversidad.
Siempre me serás cada vez más cercano, y más
cuando todo parece venir en contra mía.
No importa cuán miserable yo pueda ser,
tú nunca dejarás de ser mi amigo.
Me aguantas mis defectos con una paciencia admirable.
Estás siempre listo para venir a mí, si así lo deseo.
¡Jesús, que muera alabándote!
¡Que muera amándote!
¡Que muera por tu amor! 12
"Dios es fiel a su plan eterno incluso cuando el hombre, bajo el impulso del maligno (ver Sabiduría 2,24) y llevado fuera de sí por su propio orgullo, abusa de la libertad que se le ha dado para que ame y busque generosamente lo que es bueno, y rehusa obedecer a su Señor y Padre. Dios es fiel incluso cuando el hombre, en lugar de responder con amor al amor de Dios, se opone y lo trata como un rival, engañándose a sí mismo y confiando en su propio poder, teniendo por resultado la ruptura de amistad con aquel que lo creó. A pesar de esta desobediencia por parte del hombre, Dios permanece fiel en el amor.
"Es auténticamente cierto que el relato del Jardín del Edén nos hace pensar sobre las trágicas consecuencias de rechazar al Padre, lo que se convierte en evidente y exclusivo desorden del hombre y en la ruptura de la armonía entre el hombre y la mujer; entre hermano y hermano (ver Génesis 3,12; 4,1-16). También es significante en el Evangelio la parábola de los dos hermanos (la parábola del Hijo Pródigo; ver Lc 15,11-32) que, de formas distintas, se distancian de su padre y causan una ruptura en su propia relación de amistad. El rechazo del amor paternal de Dios y los dones expresión de su amor siempre están a la raíz de las divisiones de la humanidad.
"Pero sabemos que Dios… como el padre en la parábola (del hijo pródigo) no cierra su corazón a ninguno de sus hijos. Los espera, los busca, va a su encuentro a los lugares donde el rechazo de vivir en comunión los aprisiona en aislamiento y división. Los llama a reunirse en su mesa con la alegría de la fiesta del perdón y la reconciliación.
"Esta iniciativa de parte de Dios se hizo concreta y manifiesta en la obra redentora de Cristo, que se irradia por el mundo por medio del ministerio de la Iglesia." 13
El Mundo necesita paz. Cada nación por separado necesita paz y las familias necesitan paz. La Iglesia necesita paz. Cada uno de nosotros individualmente necesitamos paz. Debemos trabajar por la paz a través de la oración, del ayuno, y siguiendo el ejemplo de Cristo.
Y, ¿qué queremos significar por la paz? San Agustín dice que paz es la tranquilidad del orden. Dios ha puesto orden en su creación y este orden debe ser respetado y promovido si queremos que la paz exista. En la medida que la familia humana vive de acuerdo a la voluntad de Dios -vive de acuerdo al orden o plan que Dios ha establecido para la creación- en esa medida la paz existe en los diversos sectores de la sociedad humana. En la medida que hay transgresiones del plan de Dios, de su voluntad, en esa medida la paz está ausente.
Si vamos a ser instrumentos de paz, nosotros mismos tenemos que estar en paz. Nuestra paz personal es esa tranquilidad del orden que resulta de hacer la voluntad de Dios. Cuanto más unidos estamos al amor de Dios haciendo su voluntad, más paz experimentamos.
A veces el sentido de paz que experimentamos es tan fuerte que podemos sentirlo en el ritmo de nuestra existencia. Estos son periodos de los que podemos traer la experiencia de una paz extraordinaria. Este tipo de paz no es un acontecimiento diario.
La mayor parte del tiempo vivimos inmersos en una clase de paz simple que resulta de nuestros intentos diarios por hacer la voluntad de Dios con Amor. Es esta paz la que es una acogida y una compañía que nos apoya mientras recorremos el sendero de la vida diaria con su familiar mezcla de alegrías y frustraciones, éxitos y fracasos, risas y lágrimas.
Ocasionalmente, puede que lleguen a nuestras vidas sufrimientos agudos. Durante esos períodos es cuando necesitamos una tenacidad especial para que perseveremos en una paz de espíritu básica a pesar del crítico dolor. Uno se puede preguntar cómo una persona puede estar en paz en medio de la experiencia de un intenso sufrimiento. San Francisco de Sales en unos de sus escritos -y no he sido capaz de localizar el lugar exacto- nos ofrece una analogía que pienso es muy provechosa. El nos pide que imaginemos toda la masa de agua de un océano en el momento de una violenta tormenta. La superficie del agua se pone extremadamente agitada. Francisco nos pide, que a medida que usamos nuestra imaginación, descendamos bajo la superficie del agua hasta su profundidad. ¿Qué encontramos? Cuanto más profundo descendemos el agua aparece más calmada. De la misma manera, dice el santo y doctor de la Iglesia, debiera suceder en nosotros durante los tiempos de profundo sufrimiento. Aunque el exterior pueda estar muy agitado, uno puede todavía mantener la paz del espíritu básica yendo a lo profundo de nuestro centro donde Dios es experimentado más directamente. Aquí la persona experimenta una calma, una paz básica aunque permanezca el sufrimiento.
Si estamos intentado hacer la voluntad de Dios con amor, Dios tiene como objetivo que estemos en paz. Cuanto más nos acomodamos a la voluntad de Dios, más estamos viviendo de acuerdo al orden que él pretende para nosotros. En respuesta, cuanto más en armonía están nuestras vidas con el orden establecido por Dios, más paz experimentamos -paz que es tranquilidad del orden. Cuanto más vivimos de esta manera, más nos convertimos en instrumentos útiles para promover el orden de Dios y por consiguiente la paz que se sigue a través de los diversos sectores de la sociedad.
"Pero sabemos que la primavera pronto vendrá con toda su nueva vida y esplendor.
"Es bastante patente que yo no estaré vivo para la primavera. Pero pronto experimentaré una vida nueva en un estilo diferente…
"Lo que me gustaría dejar tras de mí es una oración sencilla para que cada uno de ustedes pueda encontrar lo que yo he encontrado -el regalo especial de Dios para todos y cada uno de nosotros: el regalo de la paz. Cuando estamos en paz, encontramos la libertad para ser más plenamente lo que somos, incluso en los momentos más difíciles. Dejamos que escape lo superficial y nos abrazamos a lo permanente. Nos vaciamos de nosotros mismos para que Dios pueda trabajar en nosotros de manera más plena. Y nos convertimos en instrumentos en las manos del Señor." 15
Santa Teresa de Avila, una de las tres doctoras de la Iglesia, nos dice cómo se puede resumir la vida espiritual en conformidad amorosa a la voluntad del Padre: "Todo lo que el principiante en la oración tiene que hacer – y no deben de olvidar esto, porque es muy importante – es trabajar, estar decidido y prepararse con toda diligencia posible para llevar su voluntad en conformidad con la voluntad de Dios. Como lo diré después, uno puede estar seguro que esto abarca la perfección mayor que se puede lograr en el camino espiritual." 16
Y de nuevo declara: "...el amor consiste ... en la firmeza de nuestra determinación a agradar a Dios en todas las cosas." 17
El último Arzobispo de Méjico Luis M. Martínez habla con un fuerza extraordinaria de la esperada cooperación de María con el Espíritu Santo en lo que se refiere a la imitación de Jesús en nosotros: "la vida cristiana es la imitación de Jesús en las almas
"Ahora, ¿cómo será llevada a cabo esta imitación mística en las almas? De la misma manera en que Jesús vino al mundo, porque Dios imprime una maravillosa marca de unidad a todos sus trabajos. Los actos divinos tienen tal riqueza de variedad porque son el trabajo de la omnipotencia; por otra parte, brilla en ellos la más perfecta unidad porque son el fruto de la sabiduría; y este contraste divino de unidad y variedad sella los trabajos de Dios con una belleza tan sublime que es imposible de describir.
"En su nacimiento milagroso, Jesús fue el fruto del cielo y de la tierra… el Espíritu Santo ofreció la fecundidad del Padre a María, y las entrañas virginales nos proporcionaron de manera inefable nuestro más tierno Salvador, la Semilla divina, como le llamaron los profetas
"Esta es la forma cómo El es imitado en las almas. El es siempre el fruto del cielo y de la tierra.
"Dos artífices tienen que colaborar en el trabajo que es a la vez la perfección de Dios y el más excelente logro de la humanidad: el Espíritu Santo y la santísima Virgen María. Las almas necesitan dos santificadores, el Espíritu Santo y la Virgen María, porque ellos son los únicos que pueden reproducir a Cristo en nosotros.
"Indudablemente, el Espíritu Santo y la Virgen María nos santifican de modo diverso. El primero es el Santificador por esencia; porque él es Dios que es santidad infinita; porque él es Amor personal que completa, por así decirlo, la santidad de Dios, llevando a consumación su vida y su unidad, y pertenece a El el comunicar a las almas el misterio de esa santidad. La Virgen María, por su parte, es la cooperadora, el instrumento indispensable en y por el designio de Dios. De la relación maternal de María al cuerpo humano de Cristo se deriva su relación a su Cuerpo Místico, que se está formando a través de todos los siglos hasta el final de los tiempos cuando sea levantado a los cielos, bello, espléndido, completo y glorioso.
"Así pues, el Espíritu Santo y María, son los dos artífices indispensables de Jesús, los santificadores indispensables de las almas. Cualquier santo en el cielo puede cooperar en la santificación de un alma, pero su cooperación no es necesaria, ni profunda, ni constante: mientras que la cooperación de estos dos artífices de Jesús, de los que justamente hemos estado hablando, es tan necesaria que sin ella las almas no son santificadas (y esto por el designio auténtico de la Providencia) y tan íntima que alcanza las profundidades más escondidas de nuestra alma. Porque el Espíritu Santo derrama el amor en nuestro corazón, hace su morada en nuestra alma, y dirige nuestra vida espiritual por medio de sus dones. La Virgen María tiene la influencia eficaz de Mediadora en lo más profundo y delicado de las actuaciones de la gracia en nuestras almas. Y, finalmente, la acción del Espíritu Santo y la cooperación de la Virgen María son constantes; sin ellas, ni un simple rasgo de Jesús sería impreso en nuestras almas, ni crecería ninguna virtud, ni se desarrollaría ningún don, ni aumentaría la gracia, ni se fortalecerían los lazos de unión con Dios en el rico florecimiento de la vida espiritual.
"Estos son los puestos que el Espíritu Santo y la Virgen María tienen en la obra de la santificación. Por tanto, la piedad cristiana debiera poner a estos artífices de Cristo en su auténtico lugar, haciendo que la devoción que los debemos sea una actividad necesaria, profunda y constante."18
Nosotros hacemos realidad nuestra vida espiritual dentro de la Iglesia. La Iglesia es una realidad esplendorosa en muchas facetas. Permítanos reflexionar sobre algunas de las ideas claves conectadas con la Iglesia.
Ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno en su lugar es parte de él. En primer lugar están los que Dios hizo apóstoles en la Iglesia; en segundo lugar los profetas; en tercer lugar los maestros; después vienen los milagros, luego el don de curaciones, la asistencia material, la administración en la Iglesia y los diversos dones de lenguas. ¿Acaso son todos apóstoles?, ¿son todos profetas?, ¿son todos maestros?, ¿pueden todos hacer milagros, curar enfermos, hablar lenguas o explicar lo que se dijo en lenguas? (1 Cor 12,12-17; 27-30).
Sin embargo, es necesario que dichas gracias se distribuyan a cada individuo en la medida que desempeña su parte en el drama de la existencia humana. Esta distribución de la gracia es el trabajo de la redención subjetiva.
Jesús todavía pasea por la tierra mientras continúa el trabajo de la redención. Sin embargo, ahora, pasea por la tierra con un tipo de existencia diferente. No pasea por la tierra en su cuerpo físico, sino en su Cuerpo Místico, la Iglesia, el Pueblo de Dios. A través de los miembros de su Iglesia, Cristo continúa estando presente cuando enseña, administra los sacramentos, extiende su misericordia--todo hecho a través de los miembros de su Cuerpo, la Iglesia. Este Cristo místico, a su vez, recibe todo el poder sobrenatural de Cristo, la Cabeza, que reina gloriosamente con el Padre y el Espíritu Santo.
Por consiguiente, la Iglesia, es la continuación terrena de la Encarnación redentora de Cristo. Esta misión que la Iglesia tiene, aunque es una gran responsabilidad, es también un gran privilegio. En la medida que cada cristiano se ofrece y se compromete con Cristo, la Iglesia en su integridad refleja cada vez más a Cristo manifestado al mundo. Este Cristo, a quien la Iglesia retrata para el mundo, es el Cristo que es Sacerdote, Profeta y Rey.
La Iglesia es una madre para nosotros. Henri de Lubac nos habla refiriéndose a esta verdad tan bella:
"La Iglesia es mi madre porque me ha introducido en una vida nueva. Es mi madre porque su preocupación por mí nunca descansa, y además hace esfuerzos por interiorizar esa vida en mí, a pesar de mi cooperación poco entusiasta. Y aunque esta vida puede tener un ligero y tímido crecimiento en mí, he visto su pleno florecimiento en otros…
"¡Felices los que han aprendido desde su niñez a ver en la Iglesia a su madre! ¡Más felices aún aquellos a los que la experiencia, en cualquiera que sea el sendero de la vida, ha confirmado en su verdad! ¡Felices los que un día entendieron totalmente la novedad, la riqueza y la profundidad de la vida que se les comunicó por esta madre!" 22
Avery Dulles, S.J., un teólogo muy bien conocido, que tiene muchos escritos sobre la Iglesia, observa: "La Iglesia, como ya he dicho, es esencialmente un misterio de gracia, maravilloso encuentro entre lo divino y lo humano. Incluso en sus estructuras visibles, la Iglesia no es una organización simple para ser juzgada sobre la base de su eficacia, sino un sacramento de la acción salvadora de Dios en Jesucristo. De esto se sigue, en mi enjuiciamiento, que las formas de hablar y de vivir de la Iglesia, y de hecho toda su existencia comunitaria, tienen que ser tales que le hagan ser la mediadora de la necesaria comunión con Cristo el Señor. La Iglesia tiene que ser un lugar de oración y culto, de alabanza y contemplación. Cualquier cambio institucional en la Iglesia tiene que ser cuidadosamente revisado por su efecto en la vida espiritual de sus miembros. ¿Hace más robusta su esperanza, su caridad? ¿Les ayuda a centrar sus vidas en Cristo y a fundamentar su existencia en el Dios que le levantó de la muerte?" 23
El Padre Gerald Vann, O.P., habla emocionadamente de nuestra vida en la Iglesia: "Si vives en la Iglesia e intentas usar el poder de la Iglesia para incrementar la vida de la Iglesia, como consecuencia, el poder de la Iglesia te llevará a plenitud; en tu plenitud ayudarás a construir tu familia y a construir tu mundo. Pero estarás construyendo algo más que la felicidad terrena porque estarás construyendo la ciudad que es eterna. Aquí construyes en la oscuridad, construyes para un futuro que es invisible, y así sólo puedes construir en esperanza. Y a menudo tus planes serán destruidos y tus sueños vienen a reventar tus oídos, y necesitarás la fuerza de la Roca que es Cristo y que es la que da paciencia y fortaleza…
"…Y cuando te llegue la muerte…la Iglesia te bendecirá por la vida que le has aportado, y habrá hombres para prestarte atención mejor de lo que lo hacían cuando tú estabas aquí…
"Pero tú, por tu parte, ya no estarás más en la oscuridad sino en la gloria de la Luz inaccesible; estarás en la Ciudad que es tuya porque tú ayudaste a construirla; al final le verás a El tal como El es, y estarás de manera definitiva con El; y no tendrás ya más llanto o lágrimas o otro tipo de pena, porque todas estas cosas pasadas habrán sido transformadas en felicidad y paz, y caminarás con El -junto con todos esos a los que has ayudado a llegar a El, hasta el final de los tiempos- y pasearás con El en una felicidad sin fin, en el frescor agradable de la tarde eterna." 24
La existencia de la Iglesia se centra en su liturgia. El Vaticano II dice: "La liturgia es la cúspide hacia la que la actividad de la Iglesia se dirige; al mismo tiempo es la fuente de la que fluye todo su poder."25 La vida litúrgica de la Iglesia se centra en los sacramentos y, de manera muy especial, en el Sacrificio de la Eucaristía. Consideraremos brevemente los sacramentos en general, y luego más extensivamente desarrollaremos algunas ideas sobre la Misa.
Los sacramentos son los encuentros especiales con Cristo. Jesús se une al signo sacramental al ofrecer su gracia a todo el que lo recibe. En este sentido, Cristo y sus sacramentos se hacen uno; el sacramento y su ministro son meramente instrumentos que Cristo emplea para darse de una forma nueva. El encuentro sacramental primero está entre Jesús y el destinatario.
Cristo se ofrece a través de la Iglesia y sus sacramentos para que nos sintamos más unidos a Él. Esta incorporación a Cristo empieza en el bautismo, a través del cual el cristiano llega a ser un miembro de Cristo y de la Iglesia. Lo que es más, esta incorporación en la vida de Cristo significa estar incorporado en su misterio pascual. La muerte-resurrección fue el misterio conciso de la existencia redentora de Cristo. La muerte-resurrección fue el misterio central por el que Cristo nos dio la vida, y es el misterio central que el cristiano debe volver a vivir en Cristo.
Cada uno de los sacramentos ahonda nuestra incorporación en la muerte-resurrección de Jesús; cada uno logra esto de una manera diferente según su propósito principal; finalmente, y de manera muy relevante, cada uno de los sacramentos ahonda esta incorporación dentro de un marco eclesial. Los sacramentos, porque son realidades de Cristo y de su Iglesia, no sólo intensifican la relación de amistad del cristiano con Jesús, sino también con los miembros de la Iglesia y, finalmente, con todos los demás.
uestro Salvador, en la Ultima Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y a confiar así a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se recibe como alimento a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera. (Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Núm. 47)26
or tanto, la Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que, comprendiéndolo a través de los ritos y las oraciones, participen consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean instruidos con la palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él; se perfeccionen día a día por Cristo Mediador en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en todos. (Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Núm. 48)27
A través del Sacrificio Eucarístico, Cristo el Señor deseaba poner ante nosotros de una manera muy especial esta unión extraordinaria con la que estamos unidos unos con otros y con la Cabeza divina, una unión que no puede quedar suficientemente expresada con ninguna palabra elogiosa. Porque en este sacrificio los ministros sagrados actúan no sólo como representantes de nuestro Salvador, sino como los representantes de todo el Cuerpo Místico y de cada uno de los creyentes. De nuevo, en este acto de sacrificio, los creyentes en Cristo, unidos por el lazo común de la devoción y la oración, se ofrecen al Padre eterno a través de las manos del sacerdote, cuya oración hecha por él mismo ha hecho presente en el altar al Cordero Inmaculado, a la víctima más aceptable de alabanza y propiciación por las necesidades universales de la Iglesia. Además, lo mismo que el Redentor divino, mientras moría en la cruz, se ofrecía a sí mismo como Cabeza de toda la raza humana, así ahora, 'en esta oblación pura' no sólo se ofrece a sí mismo como Cabeza de la Iglesia sino a sus miembros místicos también. El nos abraza a todos, sí, incluso a los miembros más débiles y más enfermos, con el amor más profundo de su corazón." (El Papa Pío XII, Mystici Corporis AAS, XXXV, 232-233)28
El Papa Juan Pablo II afirma: "Este culto dado a la Trinidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, sobre todo acompaña y permite la celebración de la Liturgia Eucarística. Pero tiene que llenar también nuestras Iglesias en otros momentos que no sean los horarios de las Misas. En realidad, ya que el misterio eucarístico fue instituido como expresión de amor, y hace a Cristo sacramentalmente presente, merece nuestro agradecimiento y culto. Y este culto tiene que ser notorio en todos nuestros encuentros con el Santísimo Sacramento, tanto cuando visitamos nuestras iglesias como cuando las Sagradas Especies son llevadas y administradas a los enfermos.
"La adoración de Cristo en este sacramento de amor tiene también que encontrar su expresión en formas muy diversas de devoción eucarística: la Devoción Personal ante el Santísimo Sacramento, las Horas de Adoración, los períodos de Exposición -corta, prolongada y anual (cuarenta horas), la Bendición Eucarística, las Procesiones eucarísticas, los Congresos eucarísticos. Una mención muy particular debiera ser hecha en este punto con la Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo como acto público de culto rendido a Cristo presente en la eucaristía, una fiesta instituida por mi predecesor Urbano IV en memoria de la institución de este sublime Misterio.
"Todo esto, por tanto, corresponde a los principios generales y a las normas particulares ya existentes por largo tiempo, pero formuladas nuevamente durante y después del Concilio Vaticano II.
"…La Iglesia y el mundo tienen una enorme necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en el sacramento del amor. Seamos generosos con nuestro tiempo yendo a su encuentro en adoración y en contemplación que es una expresión plena de fe y que nos dispone a hacer reparación por las grandes faltas y crímenes del mundo. Que no cese nunca nuestra adoración."29
Las palabras que siguen del Padre M. Raymond, O.C.S.O., están estrechamente unidas a los pensamientos expuestos arriba. Sus palabras subrayan la enorme importancia que tienen en lo que concierne a la santidad personal y a la participación en Misa. "La Misa, considerando que es el ofrecimiento de Cristo, no sólo es en todo tiempo aceptable a Dios, sino que es también de infinito valor.
Pero, porque es tu ofrenda y la mía, y la de cada miembro del Cuerpo Místico...podemos limitar la eficacia del inmenso Acto de Amor de Dios; nosotros seres finitos podemos poner barreras al verdadero desbordamiento del Dios-vida hecho posible por la infinitud del Hijo del Padre eterno."30
Sí, la eficacia de cada Misa, que hace sacramentalmente presente el sacrificio del Calvario, depende en parte de la santidad de toda la Iglesia junta como un cuerpo ofreciéndolo con Cristo al Padre en el Espíritu Santo, incluyendo la santidad personal del sacerdote que ofrece la misa y la santidad de toda la asamblea participante.
El Padre Maurice de la Taille, S.J., con anterioridad profesor de teología de la Universidad Pontificia Gregoriana, y autoridad universalmente reconocida en lo que a la misa se refiere, nos señala la enorme importancia de la santidad personal de la Iglesia de cara a la eficacia del Sacrificio Eucarístico: "Es, pues, de enorme importancia que hubiera en la iglesia muchas, pero muchas personas santas. Gente devota, hombres y mujeres, que deben sentirse urgidos por todos los medios a una mayor santidad, para que a través de ellos el valor de nuestras misas pueda aumentar y la incesante voz de la Sangre de Cristo, gritando desde la tierra, pueda llegar con más claridad e insistencia a los oídos de Dios. Su Sangre grita en los altares de la Iglesia, pero, como grita a través de nosotros, se deduce que conforme halla más ternura en el corazón, y más pureza en los labios, más claro su grito va a ser escuchado en el Trono de Dios. ¿Te gustaría saber por qué por muchos años después del primer Pentecostés el Evangelio se propagó tan maravillosamente; por qué había tanta santidad entre la comunidad cristiana; por qué esa pureza de corazón y mente tan singular y ese amor tan especial, compendio de todas las perfecciones? Encontrarás la respuesta cuando recuerdes que en esos momentos la Madre de Dios estaba todavía en la tierra aportando su preciosa ayuda en todas las misas celebradas por la Iglesia, y dejarás de maravillarte de que ya nunca más desde entonces haya habido una tal expansión de la Cristianidad, y un progreso espiritual semejante." 31
Si todos, pues, tenemos la responsabilidad de crecer en santidad para hacer la misa más eficaz, el sacerdote tiene una obligación especial. Su objetivo tiene que ser siempre el de crecer en santidad - crecer en unión con Cristo Sacerdote, este Cristo que nos lleva al Padre en el Espíritu Santo con María a nuestro lado.
El Sacrificio del Calvario se ha hecho sacramentalmente presente en la Misa. Cuando recitamos la Oración de Ofrecimiento Matinal, unidos al Santo Sacrificio de la Misa, actuamos como intercesores implorando a Dios que la inmensidad de su gracia se nos conceda cada día a través de nuestras acciones impregnadas de oración a la vez que actuamos en un amor sintonizado con la voluntad del Padre. Ya comamos, cuidemos a nuestros padres enfermos, disfrutemos de la compañía de un amigo, o estemos ocupados en nuestro empleo, podemos ayudar a que se le conceda al mundo gracias muy especiales.
Cuando recitamos la Oración de Ofrecimiento Matinal ofrecemos nuestras vidas al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo, con la asistencia intercesora de María, nuestra Madre. Oremos unidos en comunidad con nuestros corazones puestos en el Santo Sacrificio de la Misa. Aquí tenemos una Oración de Ofrecimiento Matinal.
"Mi amado Padre, en unión con Jesús en el Santo Sacrificio de la Misa, y en unión con el Espíritu Santo, te ofrezco en este día todas mis oraciones, mis trabajos, mis alegrías y sufrimientos.
"Me uno a nuestra Madre, María, a todos los ángeles y santos, y a todas las almas del purgatorio para orar al Padre por mí, por cada miembro de mi familia, por mis amigos, por todos los habitantes del mundo, por todas las almas del purgatorio, y por todas las demás intenciones del Sagrado Corazón.
"Te amo, Jesús, y te entrego mi corazón. Te amo, María, y te doy mi corazón. Amen."
P. Edward Leen, C.S. Sp., nos dice: "Al menos que agrademos a Dios no podemos ser salvados, no podemos entender el designio de nuestra adopción divina. No podemos agradar a Dios a menos que nos parezcamos a Jesucristo. Y el Santísimo Sacramento es instituído con el propósito de perfeccionar en nosotros esta semejanza. La comida corporal se transforma en la carne del que la recibe; esta comida celestial, alimento de nuestras almas, que es el Cuerpo y Sangre de Cristo, tiene justamente el efecto opuesto: Esta comida cambia al que la recibe en otro Cristo. No tenemos que olvidar que la presencia que sigue en nosotros después que recibimos la sagrada comunión es una presencia viva y activa. Nuestro Señor está más realmente presente en nosotros que lo que puede estar una persona que nos está hablando. Así como El influenció mientras estaba en la tierra a los que permitió ser atraídos por la fascinación de su personalidad, así lleva a cabo un profundo efecto en el alma a quien se comunica, si esa alma desea someterse a su acción. No podemos estar en la compañía de alguien que es bueno sin interesarnos por la bondad; no podemos estar con nuestro Señor -y estamos tan cerca de El tal como lo estemos deseando- sin recibir los efectos de su virtud y sin ser impulsados a ser como El era, sin ser arrastrados, en un sentido místico a hacernos uno con El, a transformarnos en ‘otros Cristos’. "32
Tomado de un diario espiritual: "Vayamos al Sagrario. Jesús nos dará las respuestas. Está esperando por nosotros. Tenemos que ir y sentarnos en silencio y permitirle que trabaje en nuestros corazones. No tenemos que sentirnos cargados de miedo, debiéramos estar llenos de esperanza y de alegría. Tenemos que pedir al Espíritu Santo que nos dé su sabiduría para llegar a conocer la voluntad del Padre. María es nuestra Madre. Ella nos ayudará en todos nuestros intentos y todos nuestros esfuerzos. Tenemos que disciplinar nuestros pensamientos y acercarnos al Corazón de Jesús. Es a través de la Eucaristía como nos sentiremos fortalecidos para nuestras batallas.
"Así es como me siento con Jesús. Quiero que El se me dé a conocer. No tenía mucho conocimiento teológico cuando comencé a sentarme delante del sagrario. Buscaba el amor de Jesús. Nadie me amaba del modo que mi alma ansiaba ser amada. Deseaba estar con Jesús. Quería mi corazón lleno. Quería tener satisfecho el deseo que sentía en mi interior. Estaba sediento de amor. Me senté con El presente en el sagrario y me llenó. Se me reveló a sí mismo. Era el esposo de mi alma y yo su esposa. Mientras me unía cada vez más íntimamente a él, sentado allí en silencio y yendo a él, yo lloraba. Me sentía completamente lleno de su amor. Encontré lo que había estado buscando durante toda mi vida. Imprimió su conocimiento en mi alma. Me hizo que le entendiera a través de los momentos íntimos que gasté con él en misa después de la comunión y ante el sagrario.
"Me afano cuidadosamente para hacer este trabajo, y estoy cansado de correr esta competición. Estoy cansado, soy ni más ni menos que humano, pero el amor insaciable que tengo por él en mi corazón está en el centro de mi existencia. Por El existo y en El amo. Aunque lo amo tan íntimamente aún no soy digno de los dones que él me da. Ansío cada vez más ayudar a las almas, y que sus deseos se hagan míos a través de la unión profunda que tengo con él especialmente después de recibir la Eucaristía. Hoy (Fiesta de la Asunción) sentía la claridad radiante del Corazón de María y la alegría de morar en ese amor puro en lo más íntimo de su corazón. El me ha dado este don especial, vivir arropado en el Corazón de María a pesar de mis faltas. Se me dio a sí mismo totalmente. Esto es lo único que ansío, experimentar su presencia."
La Madre Teresa de Calcuta comparte con nosotros estos pensamientos: "Hago una hora santa cada día ante la presencia de Jesús en el Santísimo Sacramento. Todas mis hermanas, las Misioneras de la Caridad, hacen una hora santa al día también, porque encontramos que a través de nuestra hora santa diaria nuestro amor a Jesús se hace más íntimo, nuestro amor de unos por otros más comprensivo, y nuestro amor por los pobres más tierno. Nuestra hora santa es nuestra oración en familia donde nos juntamos y rezamos el Rosario ante el Santísimo Sacramento durante la primera media hora, y en la segunda mitad oramos en silencio. Nuestras oraciones han duplicado nuestras vocaciones. En 1963 estábamos haciendo sólo una hora semanal juntas, y no fue sino en 1973 cuando comenzamos nuestra hora santa diaria y así nuestra comunidad comenzó a crecer y florecer" 33
San Pedro Julián Eymard, fundador de los Padres del Santísimo Sacramento, nos dice: "La Eucaristía, manifiesta el tesoro del cristiano, su alegría en la tierra. Ya que Jesús está en la Eucaristía personalmente, toda la vida del cristiano debiera ser un acercamiento a ella como un imán a su centro" 34
Los pensamientos anteriores sobre la Eucaristía nos llevan fácilmente a los pensamientos sobre el sacerdocio:
El Directorio sobre el Ministerio y Vida de los Sacerdotes nos habla ahora acerca del sacerdote y su relación con la Eucaristía:
"Sí, el servicio de la Palabra es el elemento fundamental del ministerio sacerdotal, el corazón y el centro vital de él está, sin duda alguna, en la Eucaristía que es, sobre todo, la presencia real en el tiempo del único y eterno sacrificio de Cristo.
"En la memoria sacramental de la muerte y resurrección de Cristo, la verdadera y eficaz representación del único Sacrificio redentor, fuente y ápice de vida cristiana en toda la evangelización, la Eucaristía es el principio, medio, y fin del ministerio sacerdotal, ya que ‘todos los ministerios y trabajos del apostolado eclesiástico están centrados en la Eucaristía y se dirigen hacia ella. 'El Sacerdote consagrado para perpetuar el Santo Sacrificio, manifiesta así su identidad de la forma más evidente.
"Existe, de hecho, una relación íntima entre la centralidad de la Eucaristía, la caridad pastoral, y la unidad de vida del sacerdote, que encuentra en esta relación las pautas firmes para el camino a la santidad a la que él ha sido llamado de una manera especial.
"Si el sacerdote presta a Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, su inteligencia, su voluntad, su voz y sus manos para ofrecer, a través de su ministerio, el sacrificio sacramental de la redención al Padre, debería hacer propias las disposiciones del Maestro y, como él, vivir esos dones por sus hermanos en la fe. Debe, por tanto, aprender a unirse íntimamente a la ofrenda, poniendo su vida entera en el altar del sacrificio como una señal que revela el amor prometido y gratuito de Dios."35
El Vaticano II nos dice: "La Santidad personal, a sí mismo, contribuye grandemente a un desempeño productivo del ministerio sacerdotal. Es verdad que la gracia de Dios puede llevar a cabo el trabajo de la salvación aún a través de ministros indignos. A pesar de esto, Dios ordinariamente desea manifestar sus maravillas a través de aquellos que se han hecho particularmente dóciles al impulso y dirección del Espíritu Santo..."
"Este Sínodo santísimo desea lograr sus metas pastorales de renovación en la Iglesia, de esparcimiento del Evangelio a través del mundo, y de diálogo con el mundo moderno. Por lo tanto exhorta fervientemente a todos los sacerdotes a que usen los métodos apropiados por la Iglesia para que siempre luchen por esa mayor santidad que los convertirá progresivamente en instrumentos en el servicio de todo el pueblo de Dios."36
Lo que el Vaticano II coloca ante los seminaristas respecto a la educación espiritual también puede ser obviamente implementado por los sacerdotes: "La educación espiritual debería ser conectada estrechamente con el entrenamiento doctrinal y pastoral. Especialmente con la ayuda del director espiritual, tal educación debería ayudar a los seminaristas a aprender a vivir en una compañía familiar y constante con el Padre, a través de Jesucristo su Hijo, en el Espíritu Santo. Por la ordenación sagrada ellos serán moldeados a similitud de Cristo Sacerdote. Como amigos ya deben de estar acostumbrados a una asociación leal con El a través de una identificación profunda de sus vidas enteras con la de El. Ellos deben de vivir su misterio pascual de tal forma que sepan cómo iniciarlo en las personas encargadas a ellos. Deben de ser enseñados a buscar a Cristo en muchos lugares: en la fiel meditación de la palabra de Dios, en la comunión activa con los misterios santísimos de la Iglesia, especialmente en la Eucaristía y en el Oficio Divino, en el obispo que los manda, y en las personas que les son encomendadas, especialmente los pobres, los jóvenes, los enfermos, los pecadores y los que no creen. Con la confianza de un hijo, ellos deben de amar y honrar a la Santísima Virgen María, que fue dada como una madre a su discípulo mientras El colgaba atravesado en la cruz."37
El Papa Juan Pablo II edifica sobre la enseñanza del Vaticano II: "No hay ninguna duda que el ejercicio del ministerio sacerdotal, especialmente en la celebración de los sacramentos, recibe sus efectos de salvación de la acción de Cristo por sí mismo que se hace presente en los sacramentos. Pero para enfatizar la naturaleza gratuita de la salvación que convierte a una persona "salvada" y en "salvador" – siempre y sólo en Cristo – el plan de Dios a ordenado que la eficacia del ejercicio del ministerio sea también condicionada por una mayor o menor receptividad y participación humana. En particular, el grado mayor o menor de la santidad del ministro tiene un efecto real sobre la proclamación de la palabra, la celebración de los sacramentos y del liderazgo de la comunidad en caridad." 38
El Padre Arturo Culkins, un doctor contemporáneo en conocimientos Marianos, nos ofrece estas palabras sobre María y el sacerdote:
"Si cada cristiano debiera verse a sí mismo en el Apóstol Juan, confiado a María como su hijo o hija, cuánto más debieran los sacerdotes reconocerse a sí mismos como hijos de María, como los sujetos de un ‘doble’ encargo. Y digo ‘doble’ porque ellos son sucesores de Juan por título duplicado: como discípulos y como sacerdotes. Esto es hermosamente desgranado por el Santo Padre en su "Carta de Jueves Santo a los Sacerdotes" de 1988: ‘¡Si Juan al pie de la Cruz representa de alguna manera a todo hombre y mujer a los que la maternidad de la Madre de Dios es espiritualmente extendida, cuánto más esto nos concierne a cada uno de nosotros, que estamos sacramentalmente llamados al ministerio sacerdotal de la Eucaristía en la Iglesia!’...
"Aunque Jesús había confiado ya a cada sacerdote a su Madre desde lo alto de la Cruz y el Papa lo ha hecho cientos de veces, es todavía necesario que el sacerdote lo haga por sí mismo si es que él realmente ansia experimentar el poder y protección de la Madre de Dios en su vida tal como su Divino Hijo lo desea. Los sacerdotes que lo han hecho así conocen la diferencia."39
El Padre Jean Galot, S.J. nos da estas intuitivas palabras sobre el sacerdocio: "Cristo exige de los Doce una consagración más plena, más semejante a la suya. El los llama para que lo dejen todo y le sigan y así los asocia más íntimamente a su propia Encarnación...
"La consagración, también, establece una unión especial entre los sacerdotes y el misterio redentor de Cristo. Ya que Jesús lleva su propia consagración a plenitud a través del sacrificio, esos a los que él reviste de su poder pastoral son llamados a llevar a cabo en ellos mismos la definición del buen pastor que da su vida por su rebaño. Los sacerdotes no pueden limitar su ofrenda sacrificial a la celebración ritual de la Eucaristía. Los sacerdotes están llamados a comprometerse ellos mismos de una manera total haciendo esa ofrenda completa de sí mismos que la Eucaristía implica para sus propias vidas personales. Su entrega al sacrificio no es simplemente la propuesta a todo cristiano en virtud del sacerdocio universal sino la exigida de ellos por una consagración que es específicamente la propia del sacerdote.
"En lo que toca a la misión del sacerdote, es totalmente una expresión de la Encarnación redentora en su aspecto pastoral. La Encarnación es revelada en esta misión porque los poderes otorgados a los sacerdotes para ser ejercidos en nombre de Cristo son poderes divinos: el poder de transmitir con autoridad la verdad revelada, el poder de ofrecer el propio sacrificio de Cristo en la Eucaristía, el poder de perdonar los pecados y de ser mediador de la santidad de Cristo, el poder de guiar la comunidad y animar el desarrollo de un reino que es el propio reino de Dios. Así, el sacerdote se manifiesta como el hombre de Dios, el hombre en quien Dios actúa con un poder especial.
"El ministerio sacerdotal también lleva la redención a plenitud debido al lazo indisoluble que Cristo establece entre servicio y sacrificio. El Hijo del Hombre ha venido a servir y a entregar su vida como rescate por la humanidad. El prolongar este servicio del Hijo del Hombre y el hacerlo disponible a todos en cada época y lugar significa prolongar al mismo tiempo el sacrificio que comunica libertad. Todos los aspectos del ministerio sacerdotal llevan la marca distintiva del sacrificio. El sacerdote no puede transmitir la verdad y la vida de Cristo, ni vivir su amor pastoral, sin una profunda entrega al camino de la cruz." 40
Añadimos unas palabras más del padre Galot: "Como un intermediario que es, el sacerdote es un pastor en el nombre de Dios, de modo más preciso en el nombre de Cristo, y a través de Cristo en el nombre del Padre. En el sacerdote se lleva a cabo la visión profética de Ezequiel en la que Yavé se compromete a ser el pastor de su pueblo. (Ez. 34)
"Debemos subrayar algunas implicaciones de este principio. El sacerdote no saca la inspiración para su celo pastoral de sus propios sentimientos, de su propia y personal resolución a crear un mundo mejor. El es pastor por la fuerza de la intención pastoral de Dios y representa de manera muy especial a Cristo el pastor. Consiguientemente él es llamado a completar su misión pastoral no de acuerdo a sus propias ideas y sus propias ambiciones personales, sino teniendo en cuenta los planes de Dios y el designio salvador trazado por el Padre y llevado a cabo por Cristo. Como el mismo Jesús, el sacerdote está al servicio del Padre."41
El Papa Juan Pablo II habla a sus hermanos sacerdotes: "En cierto sentido la oración es la primera y la última condición para la conversión, para el progreso espiritual y para la santidad. Quizá, en los últimos años, al menos en ciertas áreas, - ha habido demasiada discusión sobre el sacerdocio, la ‘identidad’ del sacerdote, el valor de su presencia en el mundo moderno, etc., y por otra parte ha habido escasez de oración. No ha habido entusiasmo suficiente para que el sacerdocio actúe a través de la oración… en orden a confirmar la identidad sacerdotal. Es la oración la que nos muestra el estilo primordial del sacerdote, sin la oración este estilo de vida se deforma. La oración nos ayuda siempre a encontrar la luz que nos ha guiado desde el comienzo de nuestra vocación sacerdotal, y que nunca cesa de guiarnos, aunque parezca que desaparece a veces en la oscuridad. La oración nos capacita para estar en actitud de continua conversión, para permanecer en estado de búsqueda continua de Dios, que es esencial si deseamos llevar a los demás a El. La oración nos ayuda a creer, a esperar y a amar, incluso cuando nuestra debilidad humana nos inhibe.
"La oración nos capacita igualmente para un constante redescubrir de las dimensiones del reino por cuya venida oramos cada día cuando repetimos las palabras que Cristo nos enseñó. Así nos damos cuenta cuál es nuestro lugar en la realización de esa petición: ‘Venga a nosotros tu reino’, y vemos lo necesarios que somos nosotros para que se lleve a cabo."
Aquí tenemos unas palabras más que Juan Pablo II añade para los sacerdotes: "Queridos hermanos: …ustedes que han puesto la mano en el arado y no miran para atrás, y quizá más aún esos de ustedes que están dudosos del significado de su vocación o del valor de su servicio: piensen en los lugares en donde la gente espera ansiosamente un sacerdote, y donde por varios años, sintiendo la falta de un sacerdote, continúan esperando que llegue su presencia. Y a veces sucede que la gente se reúne en templos abandonados, y colocan en el altar una estola que todavía conservan y recitan todas las oraciones de la Liturgia Eucarística, y luego, en el momento que corresponde a la consagración guardan un profundo silencio, un silencio a veces interrumpido por un suspiro… así de ardiente desean oír las palabras que sólo los labios de un sacerdote pueden eficazmente pronunciar... Así de profundo sienten la ausencia de un sacerdote entre ellos. Lugares como esos no faltan en el mundo. ¡Así, pues, si alguno de ustedes duda del significado de su sacerdocio, o si piensa que es ‘socialmente’ infructuoso o inútil, reflexione en todo esto!"42
Estas son las palabras del Padre Nicolás Cachia para los sacerdotes: "El sentido de pertenencia del sacerdote a su comunidad es esencial tanto para su vida personal como para su trabajo pastoral. No es un extraño para esa comunidad. Esto es particularmente cierto referido a los sacerdotes diocesanos. Un grupo de sacerdotes diocesanos en Africa del Sur afirmaba así en un documento que publicaron sobre la espiritualidad del sacerdote diocesano: ‘En virtud de la vocación diocesana… el sacerdote diocesano pertenece en un sentido primordial, preciso, e inseparable a la gente de la diócesis, y a la parroquia a la que él es enviado.’
"Este existir con los demás y para los demás se concretiza a través del servicio. Jesús se presentó a sí mismo como el Hijo del Hombre que vino a servir (cf. Mateo 20,28; Marcos 10,45). Juan presenta a Jesús dejando a un lado su manto para lavar los pies de sus discípulos, pidiéndoles que siguiesen su ejemplo. (cf. Juan 13,4-16)… Como nos afirman los Obispos alemanes en un documento sobre el servicio sacerdotal: En todos estos y en otros muchos textos del Nuevo Testamento no hay vestigio ni de triunfalismo jerárquico ni de arrogancia autoritaria. Por el contrario, estos textos hablan de una misión especial de liderazgo dedicado y orientado a la unidad, y de un compromiso de servicio al evangelio.’
"La connotación de servicio corrige inmediatamente cualquier falta de entendimiento que pudiera estar conectado al aspecto de autoridad que el sacerdote recibe sobre su comunidad. Tenemos que distinguir entre autoridad y poder. Jesús enseñaba con autoridad. Pero sus enseñanzas como sus acciones estaban siempre orientadas a la liberación de las personas. Lo mismo debiera poderse decir del pastor cristiano. Recibe autoridad con su ministerio sacerdotal, pero, ‘esto es algo totalmente diferente de una credencial para ejercerla sobre los que tiene bajo su cuidado. Más bien esta autoridad existe siempre por motivo de servicio. Cristo nos ha dado el ejemplo: Su servicio máximo fue entregar su vida por sus amigos’ ."43
La Oración es una ocasión especial en que nosotros ahondamos en el conocimiento de nuestra relación de amistad con Dios. En la oración nos damos cuenta especialmente de la presencia amorosa de Dios y respondemos con nuestro compromiso de amor. La oración ahonda nuestro deseo de Dios y ahonda nuestra determinación de llevar a cabo su voluntad. La oración nos une más íntimamente con el Padre, a través de Cristo, y en el Espíritu Santo.
El mejor camino para orar es ese método que en cada momento particular parece el más capaz de ponernos en contacto con Dios. Para una persona puede ser una lectura meditada - por ejemplo, una reflexión hecha oración sobre un pasaje escogido de la Biblia. Podemos orar sobre tantos pasajes como nos parezcan fructíferos dentro de un particular tiempo de oración. Para otro, el mejor método aquí y ahora puede bien ser una sencilla conversación con Dios a cerca de los acontecimientos de la propia vida. Otra persona puede escoger una reflexión sobre las palabras de una de sus oraciones favoritas. Orar tratando de representarnos alguna escena de la vida de Cristo es otro método muy popular. Todos los arriba indicados son métodos comunes usados para hacer una oración meditada. Tener un sentido interiorizado de que Dios se hace presente a nosotros y nosotros a Dios, y llegar a entender que esto ocurre en una atmósfera de amor -esto es lo más importante. El método de oración que usemos en cada momento particular debería servir al máximo para lograr este propósito.
No importa qué método de oración use, mis oraciones deberían ser siempre Trinitarias y Cristocéntricas. Debería esforzarme siempre por entender que el Padre me habla a través de Cristo en el Espíritu Santo, y que yo respondo al Padre a través y con Jesús en el Espíritu Santo.
A medida que se desarrolla la oración, ordinariamente se hace más simplificada. Incipientes en la vida de oración a menudo experimentan numerosas ideas e imágenes relacionadas con Dios y las cosas de Dios junto con varios actos de la voluntad. A medida que la oración se desarrolla, ordinariamente sucede un proceso de simplificación que consiste en tres partes. Primero, los actos de la inteligencia se hacen menos numerosos, hasta incluso el punto de que predomina claramente una idea. Los actos de la voluntad también se reducen, y lo que se refiere al amor crece más y más, y, de modo condensado, abarca todos los otros movimientos de la voluntad. Finalmente, el proceso de simplificación de la oración alcanza y motiva todo en la vida de una persona. La persona ve la vida armoniosamente unificada en Cristo, y esta visión simplificada da un sentido de concentrada aspiración y fortaleza a la existencia del individuo como nunca existió con anterioridad.
La oración y su proceso de crecimiento no eliminan todas las dificultades. El sendero de la oración, como el de la vida espiritual en general, no es siempre llano. A veces encontramos pequeños sufrimientos en su trayectoria; a veces el dolor es más intenso. Pero los sufrimientos, si somos capaces de aceptarlos adecuadamente, están diseñados para que nos guíen a una mayor unión con Dios. Es una vez más la tensión de vivir el misterio pascual de la muerte y resurrección de Cristo.
Una de las dificultades comúnmente encontradas en la oración es la de lidiar con las distracciones. Es sólo en la más alta oración mística, en la que Dios toma especial posesión de las facultades, que las distracciones están completamente ausentes. En los niveles más ordinarios de la oración, siempre tendremos que lidiar con las distracciones. El reto, pues, es esforzarnos por evitarlas cuando ocurren. Una concentración preferente en Dios y en las cosas de Dios es aún posible incluso cuando las distracciones vengan y vayan.
La sequedad en la oración es otro sufrimiento bastante común. A veces, Dios ofrece dulces consuelos al comienzo de la vida de oración para ayudar a que la persona se inicie en la gratificante pero ardua tarea de la vida de oración. A menudo, a manera que la oración progresa, los periodos de consolación emocionalmente sentidos pueden hacerse menos frecuentes. Una sequedad de las emociones se hace notablemente presente. La persona, enraizada en la práctica de la oración, ahora es lo suficientemente fuerte para continuar en ella aunque los tiempos de consuelo emocionalmente sentidos puedan ser menos frecuentes. Uno está aprendiendo a buscar a Dios más que el agradable regalo de su consuelo. En la búsqueda de Dios, la persona también recibirá consuelos del modo que Dios elija otorgarlos.
De todas las dificultades encontradas durante la oración, por seguro que lo más doloroso es experimentar a Dios como pareciendo que está distante. Este sufrimiento se hace tan profundo porque nos golpea en lo que está en lo más íntimo de la oración -el echo de que la oración es un especial encuentro con Dios en el que yo me esfuerzo por experimentar a Dios con elevada consciencia.
Dos son las razones básicas por las que Dios puede parecer estar distante. Dios puede realmente estar más distante porque la persona está en pecado. Hay algo realmente importante que la persona está haciendo y no debería, o algo que él o ella deberían estar haciendo y no lo hacen. La solución a esta dificultad es clara. La corrección es la acción que debería tomarse. Si, de cualquier manera, después de un examen personal honesto no se encuentra ninguna acción u omisión de especial significación, él o ella pueden estar razonablemente seguros que esto es una prueba relacionada con el proceso de crecimiento de la oración. Pasando esta prueba con éxito, la persona descubrirá que la oscuridad relativa se ha convertido en una luz mayor, y que experimenta ahora una más íntima unión de amor con Dios en Cristo.
No debiéramos tener miedo de contemplarnos en una reflexión piadosa. La reflexión sobre uno mismo en clima de oración en unión con Jesús me dará un sentido creciente de paz y seguridad, siendo el resultado de un creciente conocimiento de cuánto me ama Jesús como el compañero sin igual. Si hay dolor involucrado en la propia reflexión piadosa, el dolor desaparece pronto. En la oración Jesús nos muestra cuán dignos de amor somos. Él nos amó hasta morir por nosotros en una muerte terrible. Redimidos por el amor de Dios, ¿cómo no vamos a ser amados? Hemos sido redimidos por la sangre redentora de Jesús. Somos, por lo tanto, bellos ante sus ojos. Su amor por nosotros continúa, y cuanto más nos rendimos al amor sin límites de su espléndido Corazón, más brillan la verdad, la bondad, y la belleza de nuestras personas.
El P. Juan Wright, S.J., nos dice: "Con frecuencia se dice que la oración de los principiantes es más activa y que a medida que el tiempo pasa y la oración madura se hace más pasiva. Pero me parece a mí que nosotros debemos distinguir aquí nuestras actitudes y conocimiento de nuestras actividades reales y sus procesos. Inicialmente, nuestra actitud es más activa que pasiva. Estamos más conscientes de hacer y actuar que de recibir. Somos más conscientes de lo que hacemos por vía de respuesta que de lo que Dios lleva a cabo en su iniciativa. Gradualmente esto cambia, de tal manera que cada vez somos más conscientes de su acción en nosotros, iluminando, inspirando, fortaleciendo, animando, y más. Esto significa, por supuesto, que nuestra actitud se hace más pasiva. Pero nuestra actividad real en acción no es menor. Hay en realidad una dependencia mayor de la acción de Dios, y lo que hacemos se hace más libremente, con más sencillez, más intensidad y más espontaneidad. Nuestra atención, pues, está más en Dios que en nosotros mismos, pero de hecho somos más activos en el sentido real de la palabra. Porque vemos más claramente, creemos más profundamente, amamos más puramente, nos regocijamos más desinteresadamente…"44
Thomas Merton nos habla del lugar que ocupa el amor en la oración: "La característica primera de la meditación religiosa es el ser una búsqueda de la verdad que emana del amor y qué busca conseguir la verdad no sólo por el conocimiento sino también por el camino del amor. Por consiguiente, es una actividad intelectual que es inseparable de una consagración intensa del espíritu y un deseo intenso de la voluntad. La presencia del amor en nuestra meditación intensifica nuestro pensamiento dándole un tono profundamente afectivo. Nuestra meditación se encuentra afectada por una valoración amorosa del tesoro escondido en la verdad suprema que la inteligencia está buscando. El recorrido afectivo de la voluntad… levanta el alma por encima del nivel de especulación y hace de nuestra búsqueda de la verdad una oración llena de amor reverente y una adoración que se esfuerza por atravesar la nube oscura que se interpone entre nosotros y el trono de Dios. Nosotros nos esforzamos por adentrarnos en esta nube con la súplica, nos lamentamos de nuestra pobreza e impotencia, adoramos la misericordia de Dios y sus perfecciones más excelsas, nos dedicamos completamente a este culto. "45
El crecimiento en la oración no sólo aumenta nuestro amor a Dios, sino que intensifica también nuestra amorosa preocupación por los otros.
Un maravilloso ejemplo de todo esto lo podemos ver en el estudio sobre la vida de oración de Santa Catalina de Siena, santa y doctora de la Iglesia. La Hermana María O’Driscoll, O.P., nos relata:
"Hemos podido conservar con nosotros veintiseis de las oraciones de Santa Catalina de Siena. Con alguna posible excepción, estas no son oraciones que ella escribió o dictó a otros. Más bien, son oraciones transcritas por sus seguidores que estaban presentes cuando ella oraba en voz alta. Todas estas oraciones pertenecen a los últimos cuatro años de su vida. Nos impresionan por su simplicidad, su intensa concentración en Dios, que es repetidamente alabado y agradecido, y su constante deseo de que todos se salven…
"Como lo evidencian sus oraciones, Catalina de Siena era una gran intercesora. En ella encontramos su súplica a Dios de manera insistente y urgente pidiendo compasión por todo el mundo, la Iglesia, el papa, sus amigos y seguidores, y todos en necesidad. Por supuesto que ella no mira su oración de intercesión como un pasar la plegaria a Dios en lugar de otras personas en tiempo de crisis, sino más bien como una expresión de su profunda, amorosa, permanente entrega a Dios y a sus prójimos. En la vida de Catalina la importancia y la intensidad de la intercesión aumentaba de acuerdo a su unión con Dios y a su preocupación por los demás. Esta observación nos dice algo verdaderamente significativo sobre la oración de intercesión en la vida cristiana, principalmente, que no es, como algunas veces se piensa, un tipo de oración que uno pasa en el camino a las alturas de la oración mística, como si la intercesión fuera para principiantes y la mística para esos que son avanzados en la vida espiritual, sino como un tipo de oración que pertenece más particularmente a la vida de unión contemplativa con Dios." 46
El Papa Pablo VI habla del rosario: "Como una oración emanada del Evangelio, centrada en el misterio de la Encarnación redentora, el Rosario es, por consiguiente, una oración con una orientación claramente cristolólica – el Jesús que cada Ave María nos recuerda es el mismo Jesús que nos propone la sucesión de los misterios… Por su naturaleza la recitación del Rosario requiere un ritmo lento y un paso tranquilo, ayudando a que el individuo medite en los misterios de la vida del Señor como si los viese a través de los ojos de aquella que fue la más cercana al Señor. Así, de esta manera, se revelan las riquezas insondables de estos misterios. "47
Hablando de Fátima, el Papa Juan Pablo II habla también del rosario.
El 12 de Mayo de 1982, el Papa Juan Pablo II fue en peregrinación a Fátima. Uno de los motivos de su visita fue darle gracias a María por su intercesión al salvar su vida cuando él tuvo un intento de asesinato un año antes.
Quince años más tarde, en 1997, el Santo Padre nos dejaba las siguientes palabras referidas a Fátima. Lynne Weil, periodista, relata sus palabras: "El Papa Juan Pablo II dijo que la serie de apariciones marianas de Fátima, Portugal, contaban como uno de los acontecimientos más significativos de este siglo.
"La sucesión de las apariciones que terminaron hace 80 años fueron ‘uno de los mayores’ signos de los tiempos, ‘porque incluso anuncian en su mensaje muchos de los signos que después siguieron y nos invitan a seguir su llamada’, el papa dijo en una carta al Obispo Serafín de Sousa Ferreira Silva de Leiría –Fátima, Portugal. El mensaje, fechado el primero de Octubre, fue entregado en el Vaticano el 14 de Octubre de 1997.
"El Papa Juan Pablo dijo que el acontecimiento de Fátima ‘nos ayuda a ver la mano de Dios incluso en el siglo XX, con sus guerras y otras tragedias de masa. Y ello mostraba que la humanidad a pesar de ‘haberse alejado ella misma de Dios’, era ofrecida a la protección de Dios, dijo el pontífice.
"El Papa Juan Pablo recordaba que en los relatos evangélicos de la muerte de Jesús, él invocaba clemencia sobre sus perseguidores incluso cuando estaba siendo crucificado, y confiaba la humanidad al cuidado de su madre María.
"El Papa repitió que la exhortación eje de las apariciones Marianas en Fátima es que el creyente recite el rosario todos los días. Pidió a los párrocos que reciten el rosario y que lo enseñen a recitar a otros, diariamente. –CNS"
El crecimiento de nuestra vida en Cristo nos da un conocimiento cada vez mayor de nuestras relaciones con los otros. Es decir, el cristiano verdadero es profundamente consciente que, en un alto grado, Dios pretende empujarnos hacia una madurez en la vida espiritual a través de las relaciones apropiadas con nuestros compañeros los seres humanos. De hecho, el imperativo cristiano nos recuerda que nosotros vamos a recorrer el camino de la vida, no en el aislamiento, sino de la mano de nuestros hermanos y hermanas de la familia humana.
Al relacionarnos auténticamente con los otros, tenemos que ser conscientes de quiénes son realmente. Tenemos que ser capaces de penetrar más allá de las apariencias superficiales que puede o puede que no sean atrayentes, tenemos que ser capaces de entrar en contacto con los demás en el corazón de su existencia. Cuando estamos verdaderamente en contacto con otros en el centro de su ser, somos conscientes de su dignidad extraordinaria. Somos conscientes que estas personas han sido creadas y redimidas por Dios en su desbordante amor por ellos. Asegurados con este conocimiento, estamos pues en una posición de relacionarnos con los otros como nosotros debemos.
Para estar en contacto con el yo interno de los otros, debemos ser conscientes y estar en contacto con nuestro propio y auténtico yo interno. Este conocimiento, a su vez, es también un conocimiento de que nuestro yo está en la imagen de Dios, que hemos sido divinizados en Cristo, que nos orientamos hacia el amor de Dios y nuestro prójimo. Aquí, pues, vemos la interacción profunda entre los tres tipos de conocimiento y amor: el conocimiento y amor de Dios, de nosotros mismos y del prójimo.
Como cristianos, por consiguiente, debemos tener un sentido de madurez de cómo es nuestra existencia, de sus maneras variadas, profundamente entrelazada con la existencia de los otros. Esta realidad de unión con los otros no se limita a aquellos con los que nosotros nos encontramos directamente sino que incluimos a todos los miembros de la familia humana.
Nuestra relación con los otros incluye un espíritu de servicio a semejanza de Cristo. En los momentos excepcionales de reflexión heroica, quizás hemos soñado con maneras sensacionales a través de las cuales podamos ser llamados a entregar nuestra vida por nuestro prójimo. Para la mayoría de nosotros, sin embargo, tales oportunidades probablemente nunca ocurran, y esto es así para bien. Nuestro valor podría ser que no fuese tan lejos en una situación real como lo es en las exageradas proporciones del ensueño. La mayoría de las personas se desenvuelve mucho mejor en la atmósfera menos heroica de la ordinariedad cotidiana. Porque cada día, tan semejante al precedente y al que sigue, ofrece oportunidades constantes para entregar la propia vida por los demás. Si es cierto que estas oportunidades diarias son menos sensacionales que las ocasiones más heroicas, sin embargo, son mucho más numerosas y por consiguiente mucho más constantemente presentes como posibilidades de servir a los otros.
El morir a diario por los otros significa muchas cosas. Significa refrenar esas tendencias persistentes, egoístas que, si las dejamos desenfrenadas, gradualmente estrechan nuestra visión de manera que difícilmente pensamos en alguien que no seamos nosotros mismos. El morir a diario por los otros significa trabajar por ser amable y paciente – aparentemente cosas pequeñas, pero inmensamente importantes para mantener un espíritu de armonía en el transcurso de nuestro hacer humano. El morir a diario por los otros significa fidelidad a nuestro trabajo, aunque esta fidelidad deba expresarse en medio de las tentaciones tales como el desaliento, la pereza, y el desinterés. El morir a diario por nuestro prójimo significa éstas y otras muchas cosas, algunas de los cuales todos nosotros compartimos en común, algunas de los cuales son peculiares a la singularidad de cada persona. Uno de esos elementos comunes es este: el morir por los demás a diario y de maneras muy distintas es una expresión de nuestra preocupación actual mientras que a la vez se robustece nuestra capacidad de amor futuro.
Jesús, por supuesto, es nuestro mejor ejemplo en lo que concierne al servicio de los demás. Jesús los llamó y les dijo: Ustedes saben que los gobernantes de la naciones actúan como dictadores y los que ocupan cargos abusan de su autoridad. Pero no será así entre ustedes. Al contrario, el que de ustedes quiera ser grande, que se haga el servidor de ustedes, y si alguno de ustedes quiere ser el primero entre ustedes, que se haga el escalvo de todos. Hagan como el Hijo del Hombre, que no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por una muchedumbre. (Mt 20:25-28)
Dios nos llama a compartir su amor por su creación. El crecimiento en Cristo desarrolla nuestro conocimiento de esta verdad. El cristiano debiera tener un amor más profundo por el mundo que el que tienen los no-creyentes. Todo lo que es bueno y verdadero y bonito, todo lo que nosotros los humanos alcanzamos en esperanza, todas las posibilidades para nuestro verdadero progreso terrenal, todos los sueños valiosos y entusiastas del corazón humano por un mundo mejor – sí, el cristiano debiera anhelar todo esto más profundamente que el no-creyente. ¿Por qué? Porque el cristiano sabe que el mundo pertenece a Cristo. El cristiano sabe que la carrera de la raza humana por conseguir lo verdadero, lo bueno, y lo bonito es finalmente un intento de alcanzar a Cristo. El cristiano sabe que cualquier paso auténtico que la familia humana tome hacia adelante marca un ahondar en el proceso evolutivo de Cristo donde su humanidad y este mundo se unen más plenamente al centro y corona del universo – Cristo mismo.
Obviamente, no amamos ni abrazamos la dimensión pecadora del mundo. Una tristeza santa debiera afectarnos cuando reflexionemos en la depravación pecadora que profana la imagen de Cristo en el mundo. No nos negamos, sin embargo, a un compromiso secular debido a la maldad del mundo. Nosotros debemos comportarnos de un modo diferente al que la mayor parte del mundo piensa y actúa, más aún debemos ser diferentes de modo que no nos haga esquivar nuestra responsabilidad hacia lo secular. Todos nosotros, ya vivamos dentro de las paredes del monasterio o dentro de la agitación de la ciudad, tenemos esta responsabilidad—cada uno desde su propio estilo de vivir.
El crecimiento en la vida espiritual trae consigo una purificación continuada y progresiva. Esta purificación nos permite que crezcamos en la unión con Dios al igual que permite a Dios poseernos cada vez más a través de Cristo – la vida de gracia.
El proceso de la purificación toma muchas formas. Abarca todo lo que nos limpia progresivamente del falso yo – el yo que actúa fuera de la voluntad de Dios – y permite al verdadero yo, el yo semejante a Cristo, manifestarse de manera creciente.
Una de las formas de purificación es la que tradicionalmente se ha llamado ascetismo. El ascetismo es la activa purificación de uno mismo dirigida a ayudar a que la imagen divina en nosotros sea más manifiesta y operativa. El ascetismo nos ayuda a convertirnos más en el tipo de personas que Dios quiere que seamos.
El cristiano debe experimentar una conversión continuada que le haga salir del yo falso hacia una mayor semejanza con Cristo, hacia un desarrollo mayor del yo auténtico. El ascetismo es el control elegante, la autopurificación activa de todo nuestro ser.
El ascetismo cristiano está al servicio de la libertad, de la vida. Ayudándonos a ser más semejantes a Cristo, nos ayuda a estar más activos. Lejos de confinar nuestra capacidad de vivir y disfrutar la vida, el ascetismo contribuye al proceso continuado de llegar a ser personas de amor más profundo, y, por consiguiente, capaces de una vida mejor. Aquel que practica un ascetismo razonable no es el que está menos interesado en el amor y en la vida. Es más bien quien está deseando soportar las dificultades envueltas en un razonable, elegante, control de sí mismo en todas sus variadas dimensiones – inteligencia, voluntad, memoria, emociones, etc., – para que uno pueda ser más activo, más capaz de amor auténtico.
El Vaticano II nos habla de la fe en el mundo de hoy, un mundo que es en un grado considerable caracterizado por la incredulidad:
"El remedio del ateismo hay que buscarlo en la exposición adecuada de la doctrina y en la integridad de vida de la Iglesia y de sus miembros. A la Iglesia toca hacer presentes y visibles a Dios Padre y a su Hijo encarnado, con la continua renovación y purificación, bajo la guía del Espíritu Santo. Esto se logra principalmente con el testimonio de una fe viva y adulta, educada para poder percibir con lucidez las dificultades y poderlas vencer. Numerosos mártires dieron y dan preclaro testimonio de esta fe, la cual debe manifestar su fecundidad imbuyendo toda la vida de los creyentes, incluso la profana, e impulsándolos a la justicia y al amor, sobre todo respecto del necesitado. Mucho contribuye, finalmente, a esta manifestación de la presencia de Dios el amor fraterno de los fieles, que con espíritu unánime colaboran en la fe del Evangelio y se alzan como signo de unidad." 48
Como la virtud infusa del amor nos incorpora a la actividad amorosa de Dios, y esta nos da una especial capacidad semejante a Dios para el ejercicio del amor, así la virtud infusa de la fe, como Santo Tomás de Aquino nos dice, nos incorpora al conocimiento divino (Cf. St. Thomas Aquinas, In Boeth de Trinitate, q. 3. a. 1)
A través de la fe nosotros compartimos de una manera especial en la actividad conocedora de Dios y somos capaces de conocer a Dios y la creación en su relación de amistad con Dios, de un modo sobrenatural, al estilo divino.
Si queremos progresar adecuadamente en la vida espiritual, tenemos que permitir que esta visión de fe penetre cada vez más nuestras actividades. Debiéramos hacernos, de una manera creciente, contemplativos en la acción: debiéramos ver la realidad al estilo como Dios la ve. Cada vez más, todo lo que vemos debiera recordarnos a Dios porque todo lo que es auténticamente bueno y verdadero y bonito es reflejo de Dios. Por ejemplo, las bellezas de la naturaleza manifiestan esta belleza; la tormenta explosiva en el mar refleja su poder; y la bondad, la amabilidad y el amor que observamos en los que nos rodean nos hablan de lo infinitamente bueno, amable y amoroso que es Dios.
La visión de fe nos permite ver a la familia humana y al mundo de una manera distinta a como la ven los no creyentes. Como contemplativos en la acción, debiéramos actuar de acuerdo a esta forma de ver. Cada hombre, cada mujer, y cada niño es marcado con la sangre de Cristo. Si Jesús los amó tanto – de hecho, si él los ama tanto ahora – ¿podemos nosotros ser indiferentes a sus necesidades, tanto espirituales como materiales? ¿Podemos nosotros ser indiferentes a todos los problemas que pesan sobre los hombres y mujeres de nuestro tiempo? Si somos cristianos de fe viva, sabemos que no podemos ser indiferentes. Esta visión de fe debe animarnos a la acción según nuestra vocación, talentos, oportunidad, tiempo, y energía. Debiéramos estar esforzándonos para hacer que la familia humana y el mundo sean más reflejo de la imagen de Cristo."
La virtud de la confianza es sumamente importante para el crecimiento en la vida espiritual. Aquí están unas palabras de abandono, de confianza en Dios de San Claude La Colombière, uno de los grandes apóstoles de la devoción al Corazón de Cristo.
"Dios mío, estoy tan convencido de que cuidas atentamente de todos los que esperan en ti, y que no podemos querer otra cosa cuando buscamos todo en ti, que estoy resuelto en el futuro a vivir libre de toda preocupación, y tornar todas mis ansiedades a ti…
"Los hombres pueden privarme de posesiones y de honor, la enfermedad puede despojarme de fuerza y los medios de servirte… pero yo nunca perderé mi esperanza. Yo la guardaré hasta el último momento de mi vida; y en ese momento todos los demonios del Infierno se esforzarán por arrebatármela de mí en vano…
"Otros pueden buscar felicidad en su riqueza o sus talentos; otros pueden descansar en la inocencia de su vida, o la severidad de su penitencia, o la cantidad de sus limosnas, o el fervor de sus oraciones. En cuanto a mí, Señor, todo lo pongo en la confianza. Esta confianza nunca ha engañado a nadie. Nadie, nadie ha esperado en el Señor y ha quedado confundido.
¡Ay, yo sé!, sé muy bien, que soy débil e inestable. Sé que la tentación puede vencer la virtud más fuerte. He visto caer las estrellas del cielo, y los pilares del firmamento; pero eso no me hace temblar. Mientras continúe esperando, me resguardaré de todo infortunio; y estoy seguro de esperar siempre, ya que además espero con una esperanza inamovible.
"Finalmente, estoy seguro que yo no estoy esperando demasiado de ti, y que no puedo recibir menos de lo que esperaba de ti. Así que espero que tú me sostengas seguro en las pendientes más inclinadas. Que me mantengas firme, y hagas que mi debilidad triunfe por encima de los enemigos más temibles. Espero que me ames siempre, y que yo también te ame sin cesar. Para llevar mi esperanza una vez por todas hasta el máximo, espero poseerte, ¡oh mi Creador!, en el tiempo y en la eternidad. Amén." 49
La humildad es una virtud muy importante para nuestro diario recorrido en la vida espiritual. La humildad es por una parte la realización de lo que nosotros somos como criaturas de Dios y por otra el instrumento concreto de esta realización en nuestras vidas cristianas. Por consiguiente, la humildad no es un ejercicio en el desprecio del yo; no está diciendo que usted no es bueno, que usted no tiene nada verdaderamente importante con qué contribuir al servicio de Dios. La humildad está basada en la verdad. Es compatible con el reconocimiento de que Dios le ha dado a una persona ciertos regalos, incluso dones extraordinarios, de naturaleza y gracia. Si no reconocemos nuestros dones como venidos de Dios, no le estamos agradeciendo a Dios por ellos como debiéramos, ni los estamos desarrollando de acuerdo a su voluntad. Dios no sólo quiere que reconozcamos lo bueno que hay en nosotros, sino que reconozcamos también la fuente de esta bondad. Aunque tenemos la responsabilidad de cooperar con sus gracias, Dios es el primer responsable de lo que nosotros somos. Si una persona ha adelantado hasta un cierto nivel en la vida cristiana, de manera que está más allá del nivel de otra, es en definitiva porque Dios le ha dado gracias mayores a esa persona.
Si la humildad está basada en la verdad y, por consiguiente, nos permite reconocer nuestros dones, también es necesario que admitamos el mal dentro de nosotros, que es también parte de la verdad y sobre el que tenemos que actuar. La humildad no sólo nos invita a admitir que hay mal en nosotros, sino que también nos exhorta a que, como criaturas de Dios, actuemos de acuerdo a su voluntad y trabajemos por contrarrestar este aspecto negativo de nuestras personas. En resumen, la humildad nos permite evaluar adecuadamente el aspecto bueno y malo de nosotros mismos.
Aquí está una cita de San Pablo que nos ayuda a mantenernos y crecer en humildad: ¿Será necesario que se fijen en ti? ¿Qué tienes que no hayas recibido? Si lo has recibido, ¿porqué te alabas a ti mismo como si no lo hubieras recibido? (1 Cor 4,7).
Y en la Carta de Santiago leemos: Humíllense ante el Señor y él los ensalzará. (Sant 4,10)
"Por eso acepto con gusto lo que me toca sufrir por Cristo: enfermedades, humillaciones, necesidades, persecuciones y angustias. Pues si me siento débil, entonces es cuando soy fuerte." (2 Cor 12,10)
De acuerdo a la sabiduría del mundo, a menudo se piensa que es señal de debilidad si uno experimenta un sentido de ineficacia y llega a admitirlo. Según la sabiduría de Cristo, es de excepcional importancia que uno admita la debilidad e ineficacia y trabaje dándose cuenta de esta realidad.
Si no admitimos nuestra debilidad y nuestra ineficacia, entonces estamos viviendo una falsedad. Jesús nos ha dicho que sin Él nosotros no podemos hacer nada. No sólo es una señal de madurez cristiana el que admitamos teóricamente nuestra debilidad, sino el que de una manera constante nos demos cuenta de ello. No es una cuestión de ceder ante esta debilidad, de capitular ante ella de una manera perniciosa. Es más bien asunto de entender nuestra impotencia y lanzarnos en los brazos de Cristo. Es entonces cuando nos hacemos fuertes con su fuerza; entonces su gracia nos fortalece cada vez más y vamos a estar sorprendidos de la profundidad de nuestra propia existencia cristiana.
En ciertos momentos más bien excepcionales a lo largo del camino de vida, llegamos a agobiarnos, por diversas razones, con el peso de la vida. Nos sentimos sin dirección en las aguas turbulentas de la preocupación y la ansiedad; el temor hace que sea cada vez más fuerte su gripe paralizadora. La vida parece, a ratos, ser demasiado, y nos sentimos desbordados, incapaces de lidiar con las asperezas de la condición humana. Estos incidentes, así de dolorosos como aparecen, son oportunidades extraordinarias para el crecimiento cristiano. Si actuamos como debiéramos en esas ocasiones — si nos abandonamos de nuevo a Jesús--entonces nuestra vida cristiana asume una nueva profundidad y vitalidad; ya que hemos llegado a estar tan sumamente unidos a Jesús que es nuestro alimento, nuestra vida, nuestra felicidad.
Claro, no es sólo en los momentos de especial dificultad y ansiedad, al darnos cuenta de nuestra impotencia, cuando debemos mirar a Jesús. Si somos espiritualmente sensibles, siempre estaremos conscientes de nuestra debilidad. Pero, muy importante, este darnos cuenta de nuestra impotencia no tiene la finalidad de hacer que nos sintamos deprimidos y descorazonados. Si edificamos adecuadamente sobre la aceptación de nuestra debilidad, experimentaremos una paz, un amor, y una seguridad más profundas --porque Jesús está muy cercano.
Imagino que uno de los actos más difíciles de autodisciplina en el crecimiento espiritual es concentrarse en el momento presente. Tenemos a menudo una tendencia muy fuerte a desatender la importancia del momento presente por el hecho de enfocarnos de manera equivocada en el pasado o en el futuro. Cuando cedemos ante esta tendencia sufrimos una pérdida espiritual importante. Hay ocasiones apropiadas para pensar en el pasado y el futuro. Por ejemplo, tenemos que aprender del pasado y tenemos que prepararnos para el futuro, pero nuestro gran énfasis tiene que estar en el presente. Existe un axioma en latín que dice, ‘age quod agis’, que significa: haga lo que usted está haciendo, concéntrese en el presente. Y, por supuesto, nosotros estamos familiarizados con el término en la historia de la espiritualidad: el sacramento del momento presente. El crecimiento en autodisciplina debe incluir una determinación mayor para obtener el máximo de cuanto podemos obtener del momento presente. Las personas con una enfermedad terminal tienen una oportunidad, al prepararse para su muerte, de una oración, una contrición y un amor de Dios intensificados. Para los que tienen esta oportunidad de saber con alguna certeza el tiempo de su muerte, estoy seguro que cuando miran hacia atrás en sus vidas, se entristecen por las veces que no usaron bien el tiempo y las oportunidades de servir al Señor, y se alegran por las veces en que usaron correctamente las oportunidades presentes. La manera de vivir adecuadamente el momento presente es intensificar nuestra concentración en el Señor. Pues si yo tengo el conocimiento del hecho de que yo estoy unido con Jesús aquí y ahora, ¿por qué voy a estar tan preocupado por el futuro o el pasado? Sí, es una gran ayuda para vivir el presente y obtener todo lo bueno que podemos de él, en provecho nuestro y los demás, el que nos enfoquemos más en Jesús, porque cuanto más me concentro en Jesús y más vivo con Él en el momento presente, más satisfecho estoy con el momento presente. Por tanto, decidámonos a crecer en esa autodisciplina que se exige para vivir realmente en el presente con la plenitud de nuestro ser tanto como sea posible, con la ayuda de la gracia de Dios.
Es extremadamente importante hacer así para tener un crecimiento adecuado en la vida espiritual. Ahora es el tiempo. Ahora es el tiempo de vivir y amar. Ahora es el tiempo de llegar a unirse más a Cristo, de ser más uno con Él. Ahora no es ayer; ahora no es mañana; ahora es hoy, y hoy es un regalo del Señor.
Dios da el último significado a nuestras vidas. Dios nos revela cómo la risa y las lágrimas, el trabajo y el juego, el dolor y la alegría, todo forma un conjunto. Cuando vivimos en Dios, Dios recoge lo que sería por otra parte los pedazos fragmentados de nuestras vidas, y los coloca en la unidad armoniosa. Esta unidad emana de nuestro vivir según el plan de Dios, un plan que incluye una manera de existencia que lleva siempre a una mayor plenitud lo verdadero, lo bueno, y lo bello.
Podemos poner obstáculos a la forma como Dios lleva a cabo los designios transformadores, a los planes de Dios sobre nosotros. Podemos decir a veces "no" a la iniciativa de Dios. Podemos enrolarnos en un proceso de encerramiento personal. Podemos determinar los planes en nuestro propio sendero de la supuesta felicidad, olvidando que los planes de felicidad que excluyen a Dios son al final planes para experimentar la frustración y la vaciedad. En pocas palabras, podemos actuar de una manera obstinada con respecto a la oferta de la propia comunicación de Dios.
En otros momentos, no es tanta la obstinación que nos lleva decir "no" a Dios; es el miedo. Comprendemos que cuanto más cerca estamos de Dios, Dios amablemente pero con firmeza pedirá más de nosotros. Tememos el calor blanco del amor de Dios. Tal sucesión de acontecimientos a lo largo del recorrido espiritual es crucial. Si seguimos obstaculizando la intensidad del amor de Dios, si seguimos negándonos a lo que este amor quiere lograr en nosotros y a través de nosotros, nos mantendremos en un nivel bastante superficial.
Debemos esforzarnos por superar cualquier actitud que nos impida entregarnos cada vez más a Dios. Debemos comprender que el progreso en la vida espiritual está medido por el grado en que nos abandonamos a Dios. Debemos comprender que, si esperamos crecer espiritualmente, debemos permitir a Dios cada vez más que dirija nuestras vidas.
Oremos, pues, por una intensificación en el espíritu de abandono a Dios. Cuanto más vivamos según esta actitud, experimentaremos en mayor medida el calor moderado y la seguridad del amor de Dios, este Dios que es la tierra de nuestro ser, la meta de nuestra existencia, la fuente de nuestra felicidad.
La Madre María Francis, P.C.C., agudamente observa: "Hay una falta espantosa de razonamiento en nuestros tiempos hasta en el dominio teológico, donde las conclusiones más insólitas a veces son tomadas de los silogismos más tortuosos. Sin embargo, hay también algo que se puede describir simple y acertadamente como una falta de corazón. Cuando los poderes de la mente han dado todo lo que pueden dar y han concluido toda la verdad que se abarca dentro de sus posibilidades, entonces esos poderes tienen que prestar atención humilde al corazón. ¿Acaso no es una mente verdaderamente humilde cuando se ha agotado todas sus capacidades para poder reconocer sus limitaciones?
" ‘Todo lo que he escrito me parece como un trocito de paja,’ concluyó Santo Tomás de Aquino hacia el fin de su vida. La evaluación humilde de sí mismo y de sus trabajos fue correcta. Pues todo lo que la mente puede lograr es solo ‘paja’ comparado a la grandeza de Dios y de sus diseños increíbles. El es un Dios, sin embargo, que es glorificado por la acumulación de toda nuestra ‘paja’ para que sirviéndole y bajo el control de nuestras vidas podamos salir del libre albedrío, a la vez que superamos con vigor la tentación al entorpecimiento intelectual.
"Sí, una mente es para usarse. Sus conclusiones sólidas invitan a una reflexión muy seria. Que el corazón demande absoluta soberanía tanto sobre la misma vida como sobre las decisiones que construyen el modelo evolucionador de la vida es una suposición claramente injustificada y peligrosa. Sin embargo, el que la mente insista sobre su autoridad suprema en cuanto al tomar las decisiones, incluyendo la decisión de no prestar atención a la evidencia del corazón, es una insistencia de oposición que, si no es siempre peligrosa, por lo menos, proporciona frecuentes y a veces serias perdidas a los dueños de la mente y el corazón. Verdaderamente, es la mente quien entrega a la voluntad la evidencia sobre la cual la voluntad se pronuncia. Aún así, las conclusiones cerebrales necesitan encabezarse con lo único con lo que el corazón puede contribuir: el encuentro de amor que nunca, si el amor es real y verdadero, puede estar en enemistad con la mente y, sin embargo, a veces desbanca las mejores decisiones justificadas de la mente o aún las tumba." 50
La Madre María Francis, nos aporta algo más: "La fundadora de las Pobres de Santa Clara, santa Clara de Asís, fue una mujer que muy perceptible y remarcadamente usaba su cabeza. El simple hecho de ser la primera mujer en la historia que escribe una Regla de Vida para las monjas, nos apunta a una cabeza bien ocupada con los negocios de la mente. El hecho satisfactorio de que deslumbraba por su belleza, y deslumbraba por su simpatía, tomó la feminidad como un constante estilo de vivir que donde quiera que iba mostraba la equilibrada relación de su corazón y de su mente. Lo mismo sucedió con…su consejero, San Francisco de Asís, cuya extraordinaria inteligencia fue iluminada por Dios y él la usó para iniciar un camino de vida religiosa totalmente nuevo en la Iglesia, mientras su corazón hacía de él en ocasiones un poeta, un cantor, y un actor de danza, al predicar sus sermones." 51
"En nuestro Instituto, recientemente, se ha llevado a cabo un estudio que encontró que el porcentaje medio de inteligencia de nuestros pacientes sacerdotes es 122, que está muy por encima de la sociedad normal que es 100. Esto coloca a nuestros hombres en el más alto rango del 7 por ciento de sus compañeros. Los sacerdotes, como grupo, son hombres muy inteligentes.
"También en su educación y adiestramiento, han desarrollado bien sus capacidades intelectuales. Los sacerdotes católicos son hombres de palabra que se comprometen con regularidad a hablar en público. Pueden discutir ideas y conceptos abstractos con mucha facilidad. De hecho, estas cualidades son importantes para el éxito del ministerio de un sacerdote.
"Sin embargo, tener una relación personal con Jesús significa también orar desde el corazón, el lugar en el que El mora. Y así muchos de los hombres que se atrofian en el sacerdocio no pueden encontrar ‘el corazón’ porque están estancados en sus ‘cabezas’…
"Desarrollar una relación personal con Dios, o cualquier otra relación, implica la importante tarea de mover nuestra oración y diálogo fuera de nuestra cabeza y llevarla al corazón. En este caso, el término ‘corazón’, usado en sentido metafórico, no se refiere sólo a la vida afectiva de una persona; primeramente indica ‘el lugar de las fuerzas vitales de una persona’, citando a Javier Leon-Dufour en el Diccionario del Nuevo Testamento. Es uno de los ‘lugares más escondidos’, el lugar donde ‘mora el espíritu del Hijo.’52
Gustavo Thils da una descripción muy buena de algunos de los elementos importantes de la vida mística: "se ha dicho, con bastante precisión, que la Cristiandad es básicamente mística. Como hemos explicado, vivir como cristiano es participar en la misma vida de Dios y realizar nuestra tarea temporal de acuerdo a su voluntad divina. Cada cristiano entenderá, sin dificultad, que esta participación en la vida divina es, por su misma naturaleza, la vida mística en su germen. ¿Qué podría ser más místico que la misma vida de Dios? ¿Qué otra cimentación para el misticismo podríamos desear? ¿Qué otra fuente de misticismo podríamos esperar? Y, por otro lado, ¿cómo podría decir un cristiano que él está en estado de gracia y después niega que él esté en el camino de la vida mística cristiana? Ciertamente, hay misticismo y misticismo. Pero el esencial siempre será indiscutiblemente la participación en la vida de Dios. Cada cristiano es, por consiguiente, rico con la auténtica cimentación de todo el misticismo.
"Este cimiento divino puede encontrarse en un cristiano que todavía es física y moralmente un niño. En este caso, uno no puede hablar todavía de misticismo cristiano. El misticismo requiere, de una manera general, la conciencia de... la presencia de Dios. En primer lugar, la vida mística implica una cierta forma de conciencia: una concienciación de la presencia, una conexión íntima, una certeza profunda, una evidencia interior, una intuición... experiencia, las cuales son empleadas con todos los matices y todas las precisiones dadas por los autores espirituales. Y el objeto de esta conciencia: el Ser Trascendente, el Señor y Maestro del orden sobrenatural, el Dios que es amor.
"Esta comprensión de... la presencia se manifiesta a sí misma en la... vida de fe, esperanza y caridad. Muchos de los creyentes han podido vivirlo en ciertos momentos de su existencia, de forma muy breve, pero real; algunos después de ir a recibir la sagrada comunión; otros en el curso de una visita a nuestro Señor en el Santísimo Sacramento; otros con ocasión de una ceremonia litúrgica, una ordenación, una consagración; todavía otros en la soledad de su casa, en la alegría, en el sufrimiento, en el llanto. Si debemos evitar hablar ligeramente del misticismo, también es importante no infravalorar ciertas formas transitorias menores de verdadero y auténtico misticismo. Para que uno pueda hablar de la vida mística, es necesario que esta conciencia de la presencia de Dios se haga habitual. Debe ser una costumbre, encontrada fácilmente de nuevo, hecha parte de uno mismo en el curso de la existencia diaria, aceptada de nuevo en cuanto la mente se encuentre activa, y fácilmente avivada en la alegría, incluso durante el periodo de oscuridad o de aridez en la fe.
"En orden a que la vida cristiana alcance el nivel místico, esta conciencia habitual de la... presencia de Dios debe ser predominante...
"La conciencia de la... presencia de Dios que es habitual y predominante, es lo que llamaremos de aquí en adelante el nivel místico de la vida cristiana. No nos atrevemos a decir que muchos cristianos estén en estas alturas. Pero hay personas que están a estas alturas..." 53
Entre la conciencia ocasional de la presencia de Dios y la conciencia habitual y predominante de su presencia encontramos todas las fases y todos los grados.
El proceso místico es aquel en que Dios toma cada vez más posesión del alma. La persona se hace cada vez más dócil a los mecanismos del Espíritu Santo. La conciencia predominante de la presencia de Dios conduce a un deseo profundo de hacer la voluntad del Padre en todas las cosas, a través de Cristo, en el Espíritu Santo, con la ayuda maternal de María.
El proceso místico está muy centrado en Cristo. La persona se transforma cada vez más en Cristo. Cuando la experiencia mística se hace constante y predominante, la persona puede decir con el significado más profundo: En cuanto a mí, la misma Ley me llevó a morir a la Ley a fin de vivir para Dios. He sido crucificado con Cristo, y ahora no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Todo lo que vivo en lo humano lo vivo con la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí. (Gál 2,19-20)
El Papa Juan Pablo II nos habla emocionadamente acerca del Corazón de Cristo: "El Corazón del Redentor aviva la Iglesia entera y orienta a los hombres que han abierto sus corazones ‘a la riqueza inescrutable ' de este único Corazón...
"Yo deseo de una manera especial unirme espiritualmente a todos aquellos que toman la inspiración para sus corazones humanos en este Corazón Divino. Es una familia muy grande. No pocas congregaciones, asociaciones y comunidades viven y se desarrollan en la Iglesia, mientras toman su energía vital de una manera programada del Corazón de Cristo. Esta atadura espiritual siempre lleva a un gran redespertar del celo apostólico. Los adoradores del Corazón Divino se han vuelto personas con las conciencias sensibles. Y cuando se les ha concedido tener una relación con el Corazón de nuestro Señor y Maestro, entonces necesitan también un redespertar en ellos para hacer reparación por los pecados del mundo, por la indiferencia de tantos corazones, por su negligencia.
"¡Qué necesarias son en la Iglesia este tipo de corazones vigilantes, para que el amor del Corazón Divino no permanezca aislado y sin respuesta! Entre estas personas, mención especial merecen aquellos que ofrecen sus sufrimientos como víctimas vivientes en unión con el Corazón de Cristo traspasado en la cruz. Transformado de esa manera por el amor, el sufrimiento humano se convierte en fermento asociado a la acción salvadora de Cristo en la Iglesia…
"El Sacratísimo Corazón de Jesús nos recuerda, sobre todo, los momentos cuando este Corazón fue ‘atravesado por la lanza,' y, por este motivo, se abrió de una manera visible al hombre y al mundo. Recitando la letanía y venerando el Corazón Divino en general, comprendemos el misterio de la Redención en toda su profundidad divina y humana."
Y el Papa también nos habla del corazón de María: "El Corazón Inmaculado de María estaba abierto a la palabra, ‘Mujer ahí tienes a tu hijo’. Fue a encontrarse espiritualmente el Corazón del Hijo abierto por la lanza del soldado. El corazón de María estaba abierto por el mismo amor al hombre y al mundo con el que Cristo amaba al hombre y al mundo, ofreciéndose a sí mismo en la cruz, hasta el punto máximo de ese golpe de la lanza del soldado.
"Consagrar el mundo al Corazón Inmaculado de María significa acercarse a la misma Fuente de Vida, a través de la intercesión de la Madre, esa vida que fluyó del Gólgota, la fuente que desborda incesantemente redención y gracia. La reparación de los pecados del mundo se está llevando continuamente a cabo en ella. Es sin cesar la fuente de nueva vida y santidad.
"Consagrar el mundo al Corazón Inmaculado de la Madre significa volver bajo la Cruz del Hijo. Más: significa consagración de este mundo al Corazón traspasado del Salvador, trayéndole de vuelta a la misma fuente de su Redención. La redención es siempre mayor que el pecado del hombre y ‘el pecado del mundo.' El poder de la Redención supera infinitamente toda la gama del mal en el hombre y en el mundo.
"El Corazón de la Madre es consciente de ello más que ningún otro en todo el cosmos visible e invisible. Por eso nos llama. Nos llama no sólo a la conversión; nos llama para que le permitamos que nos ayude, como nuestra Madre, a volver a la fuente de la Redención."54
A. Boussard nos da un boceto sumamente fino y conciso del panorama de la teología de consagración:
"Por la Encarnación, en y de sí mismo, la Humanidad de Jesús se consagra, para que al hacerse Hombre, Jesús sea ipso facto constituido como Salvador, Profeta, Rey, Sacerdote, y Víctima del único Sacrificio que iba a salvar al mundo. Él es el ‘Ungido’, por excelencia, el ‘Cristo’ que pertenece totalmente a Dios, su humanidad es la de la Palabra animada por el Espíritu Santo. Cuando, por un acto libre de su voluntad humana acepta lo que Él es, para hacer lo que ha sido enviado a hacer, puede decir que se consagra a sí mismo. En Cristo, por consiguiente, lo que podría llamarse su consagración ‘subjetiva’ es una respuesta perfecta a la consagración ‘objetiva’ llevada a cabo en su Humanidad a través de la Encarnación.
"Y lo que Cristo trae con él es una ‘consagración’ para sus discípulos, una pertenencia muy especial a Dios, desde el momento en que precisamente Él les imparte su propia vida haciéndoles participar en su propia consagración.
"A través del Bautismo los cristianos también son consagrados y ‘ungidos ' por el poder del Espíritu. Participan, a su medida, en la consagración esencial de Cristo, en su carácter de Rey, Sacerdote, y Profeta (el Cf. 1 Pe 2:9; 7 Pe 1:3-4; Rev. 5:9, etc.) Con Cristo y a través de Cristo, están ‘destinados’ a la gloria de Dios y la salvación del mundo. No se pertenecen a ellos mismos. Pertenecen a Cristo el Señor, que les otorga su vida…
"La vocación de aquellos que han sido bautizados es ‘vivir’ esta consagración por una adhesión voluntaria –lo más perfecta posible- a lo que ella ha hecho de ellos. Viviendo como ‘hijos de Dios’, llevan a cabo subjetivamente su consagración objetiva; como Jesús, se consagran ellos mismos. Éste es el significado más profundo de los votos y las promesas bautismales, junto con el estilo de vida real que corresponde a ellos. La consagración bautismal es la fundamental, y constitutiva del cristiano. Todas las consagraciones que vienen detrás de ella la presuponen y están arraigadas en ella…" 55
"La Iglesia nació de tu corazón traspasado con los Sacramentos que la dan vida. En la Eucaristía, cumbre y centro de la vida de la Iglesia, te nos continúas dando con el amor más profundo, más tierno, más ardiente, y más completo.
"Jesús, ya que te nos das a tí mismo por completo en tu inmenso amor, es sólo correspondiendo en respuesta, como podemos ser una ofrenda para tí. Es finalmente correspondiendo como nos damos a tí completamente. Sí, nos consagramos a tu más tierno Corazón. Cada uno de nosotros te decimos, oh Señor, Salvador nuestro y Amigo nuestro: ‘Jesús, tómame totalmente, llévame completamente a tu Corazón glorioso. Por amor me entrego a mí mismo a tí. Vive en mí y a través de mí. Te me das por completo en amor. Quiero, con la ayuda de tu gracia, darme a mí mismo por completo a tí en amor y en espíritu de reparación. Llévame, Jesús, a una unión cada vez más cercana al Padre, en el Espíritu Santo, con María mi Madre a mi lado. Pongo mi confianza en Tí, Corazón traspasado, glorificado, eucarístico de Jesús.’ "
"Bienaventurada Virgen María, me consagro a tu maternal e Inmaculado Corazón, este Corazón que es el símbolo de tu vida de amor, incluyendo el especialísimo amor que me tienes por ser yo una persona singular. Tú eres la Madre de mi Salvador. Tú eres también mi Madre. Tú me quieres con el más selecto amor como si fuese tu único hijo-sacerdote. Y en respuesta, me entrego enteramente a tu amor y protección maternal. Tú seguiste a Jesús a la perfección. Tú eres el primer y perfecto discípulo. Enséñame a imitarte en la forma de presentar a Cristo. Sé mi maternal intercesora para que a través de tu Corazón Inmaculado yo pueda ser guiado a una unión cada vez más cercana al Traspasado, Glorificado, Eucarístico Corazón de Jesús, Primer Pastor del rebaño."
"Señor Jesús, Pastor Principal del Rebaño, te pedimos que en el gran amor y misericordia de tu Corazón atiendas las necesidades de tus pastores sacerdotes a través de todo el mundo. Te pedimos que atraigas de nuevo a tu Corazón a todos los sacerdotes que se han separado seriamente de tu sendero, que vuelvas a encender el deseo de santidad en los corazones de esos sacerdotes que han perdido el entusiasmo, y que continúes dando a los sacerdotes fervientes el deseo de una santidad cada vez más alta. Unidos a tu Corazón y al Corazón de María, te pedimos que presentes esta petición a tu Padre celestial en la unidad del Espíritu Santo. AMEN".
Esta oración ha sido tomada del Manual de Oraciones de los Asociados de Pastores de Cristo, una rama de los Ministerios de Pastores de Cristo. Los asociados son miembros de los grupos de oración que se reúnen regularmente a orar por las necesidades de toda la familia humana, pero especialmente por los sacerdotes. Si le interesa una o varias copias de este manual de oración, y más aún, si le gustase recibir información de cómo comenzar un grupo de Pastores de Cristo, póngase en contacto con nosotros en la siguiente dirección:
Shepherds of Christ,
P.O. Box 193,
Morrow, Ohio 45152-0193
Teléfono (llamada gratis): 1-800-211-3041
Teléfono: 1-513-932-4451
Fax: 1-513-932-6791
Querido Padre Carter:
He estado leyendo el libro de cartas Pastores de Cristo atentamente desde que llegó. Todos los artículos son de una teología y espiritualidad profunda. Si los sacerdotes las leyeran atentamente y en clima de oración, no pueden sino producir un cambio orientado hacia Cristo. Todos mis sacerdotes diocesanos recibieron el libro y lo están leyendo. He enviado unas copias al rector del seminario en el Sur de la India a quien conozco, y le he pedido que lo lea y le solicite copias. Estoy seguro que se beneficiarán de este material.
Obispo S.A. Aruliah
Cuddapah, India
Felicidades por su publicación tan extraordinaria.
Gerard Joubert, O.P.
Houston, Texas
Reverendo y querido padre Carter:
¡Reciba mi felicitación de Pascua de Resurrección!. Al leer su última carta de Pastores de Cristo, la he encontrado muy provechosa y pensé en solicitarles que en adelante me envíen también a mí ya que esta me fue ofrecida por uno de nuestros sacerdotes.
Por consiguiente, estaré muy agradecido si usted hace el favor de enviarme las copias de la carta volante en el futuro. Que Dios bendiga su apostolado muy abundantemente.
En unión de oraciones en la Viña del Señor, yo permanezco,
Sinceramente suyo en el Señor.
Rev. Fr. Charles Anemelu
Berkeley Heights, New Jersey
Las citas bíblicas son tomadas de La Nueva Biblia Latinoamericana, Ediciones Paulinas (Madrid) Verbo Divino (Estella, Navarra).
Arzobispo Luis M. Martínez, El Santificador, Pauline Books and Media, pp. 124-125.
Adolphe Janquery, S.S., La Vida Espiritual, Desclee & Co., p. 18
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